La primera vez que vi a Ignatius Farray se quedará en mi cabeza durante mucho tiempo. Fue hace dos años, en una sala de un polígono industrial que quedaba, por cierto, muy cerca del barrio donde nací, La Oliva. El polígono, Hytasa. Coincidía el show con el clásico andaluz, el Sevilla-Betis (¿O era Betis-Sevilla?) que hacía presagiar unos vacíos entre las butacas como la sesión del lunes de una película iraní en V.O. Nada más lejos de la realidad, Ignatius se presentó ante un escenario repleto de gente. Fue un espectáculo visceral, crudo, abigarrado, imperfecto pero, ante todo, fue un espectáculo apasionado, real ,vivo y hecho con las tripas. En el escenario, Ignatius es Nacho y Nacho es Ignatius. Un niño grande que asume sus inseguridades y las camufla con tics exagerados, te cuenta su particular visión de la vida y, si te apetece, le acompañas y, si no, te jodes. Ignatius desprende ternura en el brillo de sus ojos cuando te habla de hacer reír, cuando se despoja de los pantalones para enseñarte los estragos de una enfermedad del corazón. Ignatius recoge la tradición del bufón, el retrato descarnado de los cómicos de feria y del payaso que se desmaquilla, en silencio, en su camerino, sin que nadie le esté esperando en el hostal donde, esa noche, va a dormir. Pasar un rato con Ignatius Farray te pone una sonrisa en la cara, pero, sobre todo, te la pone en el corazón. Aunque en el fondo, claro, sea un gran hijodeputa.
¿En qué momento de tu vida tu cabeza hizo CRACK y decidiste que lo tuyo era hacer reír a la gente?
Fue en un momento muy miserable de mi vida. Había acabado de salir de una relación un poco complicada con una chica italiana y, realmente, la cosa no había salido bien. Era una relación a distancia. En ese momento, trabajaba en Pizza Hut y un compañero se iba a Londres y yo no tenía nada que perder, así que me fui para allá. Allí fue cuando empecé a ver a cómicos, trabajaba en un hotel en el turno de noche y me hartaba de verlos actuar y pensaba «¿por qué no sería capaz yo de hacer esto?» A ver, tampoco es que los entendiese mucho, porque no tenía ni idea de inglés, pero me encantaba el ambiente. Huyendo de la relación sentimental y sin nada que hacer, me propuse como un reto el dedicarme a esto de la comedia. Yo empezaba a tocar fondo y me planteé esto como el que está en un callejón sin salida. Así que cuando volviera a Madrid tenía que ser capaz de subirme a un escenario y hacer stand-up comedy.
¿Te gustaba hacer reír de pequeño?
En el colegio me llamaban “Woody”, por Allen y hacía paridas en clase…
(Le interrumpo para preguntarle sobre su infancia. Me imagino en la cabeza el estereotipo de adulto que hace stand-up siendo humillado en su clase y sirviéndose del humor como catarsis en la madurez)
¿Tuviste una infancia feliz?
Sí, sí, muy feliz.
(Un 10 para la película que me había montado yo en mi cabeza)
Me encantaba hacer reír a la gente. Me pasó hace poco una cosa con mi hijo de 6 años: la profe le regañó porque en el comedor se echó un vaso de agua por encima porque, según él, »quería hacer reír como mi padre».
¿Por qué te volviste de Londres a Madrid?
Ya habían pasado 2 años y quería volver. Regresé a tope con la intención de dedicarme al stand-up. Lo primero que hice cuando regresé a España fue prepararme 20′ así graciosos para poder actuar. Mis padres tienen una casa en la playa, en Tenerife, que es muy desértica y allí que iba yo, me daba vueltas por la playa, repitiendo esos 20 minutos que me había preparado para tenerlo bien memorizado. Mis amigos pasaban con el coche por allí cerca… Imagínate la escena, me veían declamando, haciendo aspavientos, agitando los brazos, como un loco illuminati, contando sus historias.
¿Cuál fue la primera vez que te subiste a un escenario con el fin de que la gente se riese?
Imitando a Cansado, de Faemino y Cansado. En el instituto del pueblo, en una cena para recaudar fondos para el viaje de fin de curso. El caso es que nadie conocía a Cansado pero yo quería imitarlo. Convencí a un chico que no conocía mucho para que hiciese de Faemino. Hicimos de Arroyito y Pozuelón, dos personajes que crearon ellos para un programa de TVE. Mi madre me hizo una camisa con chorreras y todo para actuar en ese plan y fue un desastre, la gente no nos prestaba atención. Yo tenía unos 15 años.
¿Y la primera vez cuando actuaste en un rollo más stand-up?
Fue en un concurso de monólogos en un bar de Tenerife. Era rollo stand-up pero muy bizarro: yo salía con unos pantalones de kickboxing y tres pelotas de malabares. Mientras contaba mis historias hacía malabarismos. El show terminaba cuando lograba llevar un rato haciendo las malabares y no se me cayese ninguna pelota. A veces se alargaba demasiado el show porque era incapaz de hacerlo. La gente se desesperaba y se iba. Ah, lo de las bolas viene por la película de Takeshi Kitano, Un verano con Kikujiro. Hay un momento en el que Kitano hace malabares con naranjas.
¿Se rio el púbico con esa primera actuación?
(Se lo piensa un poco) Sí, era una risa histérica, más bien, ahora que lo pienso. Habían venido amigos y familiares y la risa venía de la imagen de verme en el escenario con un micro en la mano. Yo me vine arriba y fueron 20′ minutos muy histéricos. Salió muy bien.
Luego en Madrid iba a saco. Llegué a hacer actuaciones detrás de la barra en un bar donde trabajaba de camarero. Todo valía. Entrabas a los sitios y preguntabas,«¿puedo actuar aunque sean 20′?» y, aunque algunos pasaban de ti, otros te decían que sí y te pagaban con lo que se recaudase en barra el tiempo que estuvieses actuando.
¿En qué momento pensaste que podías vivir de esto?
Recuerdo que mi abuela me mandaba dinero desde Tenerife porque aquello era insostenible. La cosa empezó a ponerse seria cuando grabé el primer monólogo para Paramount Comedy. En aquella época las puertas estaban más abiertas que ahora porque no había apenas nadie queriéndose dedicar a la comedia. Recuerdo que les mandé un vídeo muy raro llamado Bajo la luz roja que un amigo me grabó en un bar de Madrid con una luz muy muy roja. Y les gustó. Era todo muy patético.
¿Se parecía ese tipo de humor al que haces ahora? ¿Como ha evolucionado?
Yo quería ser un cómico guay, alguien que pudiera mantener la tranquilidad, que no le venciese la ansiedad, porque cosas como el grito sordo las hago porque estoy nervioso. Lo que conocéis como grito sordo es un tic que tengo desde pequeño. Con 13 años me dieron varios tics: abrir mucho la boca hasta que se me desencajara la mandíbula era uno de ellos. Lo hacía en clase y la profesora me llegó a echar porque pensaba que lo hacía para vacilarle: estábamos en un examen y yo me ponía a hacer AAAAAH (hace el grito sordo) y la profesora se ponía en plan A LA PUTA CALLE.
En las actuaciones, por nervios, me salía de modo involuntario y la gente se reía mucho. Lo metí en el show, claro. No quería… pero a la gente le hacía gracia. Yo quería ser un cómico más guay pero la histeria me lo impedía.
Tú interactúas mucho con la gente. ¿Hasta qué punto quieres que la gente se involucre en tus espectáculos?
A veces te encuentras a gente muy pesada que, le digas lo que le digas, van a ir a su historia, a contar sus mierdas y te puede caer un poco mal. Eso siempre sucedía al principio: aunque yo no lo provocara, cuando actuaba en bares, con gente muy borracha, te soltaban lo primero que se les pasara por la cabeza. Y hubiese quedado muy falso pretender que nada hubiese pasado, yo debía responderles para que el espectáculo quedara natural.
Por instinto te acostumbras a responder a gente que te dice cosas. Al principio de mi carrera era constante y yo siempre contestaba. A la mañana siguiente de cualquier show me levantaba con unos remordimientos brutales. Era un mero mecanismo de defensa. Pensaba: “Si no les respondo, esta gente me va a comer”. A la gente, al final, eso le acababa gustando: venían a ver un monstruo y eso es lo que recibían.
Una cosa típica que me pasaba era, por ejemplo, que le decía algo a una chica, que estaba con su pareja, y quien se acababa molestando era él. Ella me daba confianza y él no sabía cómo comportarse. En Madrid, por ejemplo, hace un par de meses, le estuve diciendo cosas a una chica y ella estaba disfrutando a tope. Yo, mientras, veía como el novio estaba con esa mirada de »¿Debería decirle algo?», “¿Debería defenderla”? Así que, de repente, se levanta y me dice »Creo que no tienes derecho a hablarnos de esa manera. Me voy del show” e hizo el gesto de querer que su novia lo acompañara. Ella le dijo que no, que no se iba, que le estaba gustando. Imagínate al tío… Ahí ya no te puedes volver a sentar, claro, menuda humillación. Al ver que la novia se negaba, el tío se fue al bar, pidió la hoja de reclamaciones con la intención de montar un pollo, la novia salió a tranquilizarlo… En fin, se lió un buen pollo.
¿Te lo tomas como algo personal, te afecta?
A veces puedo perder los nervios y he dicho alguna burrada. Por mucho que te digan… Sí que existen límites en el humor pero pienso, y puede quedar presuntuoso, que si no hay limites no hay arte. No todo vale, y yo, a veces, me paso de la raya, pero aprendes a moverte en esa frontera.
¿Cual es el pollo más gordo que se ha montado en una actuación tuya?
Una vez entre el grupo había un grupo de skinheads..
¡¡UUUH!!
(Ese grito fue de Rosa Ponce, fotógrafa de la entrevista, que se ve que le dan un poco de miedo los skinheads, y no la culpo).
Era la noche de Halloween en una cervecería irlandesa en Madrid, toda decorada de calaveras… La noche ya prometía. Y a los skinheads pues les había dado por ir a ese bar de marcha. Uno de ellos se subió al escenario y me quitaba el micro, quería contar sus mierdas o yo que sé. Yo, cuando me pongo nervioso, no soy una persona que se quede quieta y tranquila, no, yo respondo, y nos pusimos a pegarnos…
¡¡UUUH!!! (vuelve Rosa Ponce, fotógrafa de la entrevista, a ponerse nerviosa porque tampoco le gusta la violencia física. Nuevamente, no la culpo)
La gente nos separó y yo seguí con el show. El dueño del bar se dio cuenta de toda la movida y llamó a la policía. Vino el grupo Centauro, especializado en tribus urbanas, con cascos y porras… Imagínate, lo mismo estaban más pirados que los propios skins… Y no solo entraron en el bar, sino que se posicionaron por todas las esquinas de la calle San Vicente Ferrer. Yo no me enteraba de nada, estaba en el sótano con mi movida. Era un borracho el que la lió todo… de hecho, sus colegas estaban también muy borrachos y pasaban completamente de él.
El dueño del bar, mientras llegaba la policía, se acercó al grupo, para escuchar lo que decían, y el tío con el que yo me pegué no paraba de gritarles a sus amigos: “Al que hay que meterle es al que lleva las barbas muy grandes y las gafas de culo de botella”. Uno de sus colegas le dice, atención, “ah, o sea, que el tío, además, va de Loco de las coles”… De repente, ya no le molestaba que su colega se hubiese pegado con alguien, sino que en ese sótano hubiese alguien suplantando al Loco de las coles… ¡Imagínate a unos skinheads flipándolo con La Hora Chanante!
¿Cómo surgió la colaboración con La Hora Chanante?
Ellos (se refiere a Joaquín Reyes y a Ernesto Sevilla) terminaron la carrera de Bellas Artes y llegaron a las oficinas de Paramount muy pronto. Eran otros tiempos, las oficinas tenían las puertas abiertas a todo el que quisiese hacer algo… a las pocas semanas Joaquín y Ernesto ya tenían una propia en los estudios. No había tanta oferta como ahora. Un programa como La Hora Chanante en 2015 no habría pasado la primera criba, siquiera. En Albacete (de donde son Joaquín y Ernesto) no se lo creían. “Mi hijo me está contando una trola” pensarían sus padres. Un día se presentaron en la oficina para ver si de verdad su hijo estaba trabajando en eso que decían de la comedia.
Un día me presenté y me cruce con Joaquín y le dije »Estáis haciendo muy buen trabajo aquí», una cosa como muy formal. A partir de ahí empezamos a hacernos colegas y me invitaban a salir en sketches.
¿Y por qué El Loco de las coles?
Es una expresión que usa la madre de Joaquín y se le ocurrió llamar al personaje así. Por nervios de empezar a actuar en un programa así me salió el grito sordo. La gente me empezó a conocer más por ese personaje y por salir en La Hora Chanante que por hacer monólogos. Lo de »Hijodeputa hay que decirlo más”… Eso se desmadró. En la época había unos cuantos de bares que cerraban con esa canción como para echar a la gente.
¿Qué te reportó el salir en La Hora Chanante?
Por encima de todo, la ilusión de haber participado en un proyecto así. Cuando actuaba en bares, después de haber sido El Loco de las coles, la gente venía verme con el gorrito de cumpleaños puesto (El Loco de las coles ). La gente, en un principio, venía a ver al Loco de las coles, pero yo les soltaba mi rollo, que no estaba muy lejos de ser el mismo. Era una época muy buena, apostaban por la comedia, aunque no fueses muy conocido no te faltaba el trabajo. Ahora un cómico que empieza lo tiene mas difícil. Aunque parece que comienza a remontar otra vez la comedia.
¿Has dejado alguna vez una actuación a medias? ¿Te ha vencido alguna vez la inseguridad y te has largado del escenario?
Hasta ese punto no. Nunca me he ido del escenario. La gente del público sí que se ha ido alguna que otra vez. Recuerdo una actuación en un pueblo de Girona que se fue, prácticamente, todo el mundo. Empezó la cosa a desmadrarse: yo a lo mejor le dije algo a alguien que no debería haberle dicho y sus colegas, en plan solidarios, le habrían acompañado a la salida… Solo quedó un grupito. Intentas mantener el tipo en una situación así. No es lo que uno pretende, que se vacíe la sala. Aunque uno vaya de cómico provocativo, no es de buen gusto quedarte solo. Le encuentras la gracia al asunto pero por un mero mecanismo de supervivencia y lo único que te queda es reírte de la situación.
¿Como puede alimentarse el humor, que se utiliza para hacer reír, de las miserias humanas?
La utilidad que tiene el humor es superar los problemas. A mí, personalmente, me sirve de terapia. Hay un tipo de comedia más personal y esa es mi ambición. La comedia me ha salvado la vida, de verdad, yo en Londres estaba muy perdido y menos mal que he acabado en esto. Si no, habría sido encargado de Pizza Hut o vendedor de coches, ya ves, que ni conduzco. Pero sí, he trabajado también vendiendo coches.
¿Pero tu entiendes de coches?
¿Yo? ¡Ni idea!, la gente llegaba al concesionario de Nissan de mi tío, donde yo curraba y eran ellos los que me explicaban a mí las características de este y de aquel coche. Luego estuve de bedel en un finca, en una caseta, regando las plantas, viendo que todo estaba en orden… Eso me gustaba de verdad. Sí, yo como jardinero hubiese podido tener un futuro. Habría sido muy feliz, porque de verdad me gustaba todo ese mundo de las plantas. El único trabajo que he tenido y me ha gustado, aparte de la comedia, ha sido el de jardinero.
¿Es cierto el mito del payaso triste?
Bueno, tú puedes ver que soy un tipo un poco tristón (no ha parado de reírse en toda la entrevista. Solo apuntar eso) y muy melancólico en el fondo pero, simplemente, porque es mi naturaleza, no lo digo como algo negativo. Existe ese mito y creo que es realidad. Todo esto parece de broma: un tipo subido al escenario, haciendo reír a un puñado de gente que está con la mirada puesta en él… esa es, exactamente, la esencia del teatro. Todo esto tiene una raíz antropológica: por algún motivo el ser humano, cuando se relaciona socialmente, necesita que, en su grupo, haya un bufón, y eso está bien, pero al bufón se le sitúa por fuerza en un extremo de la sociedad. En el Siglo de Oro a los cómicos los llamaban »los cómicos de la legua» porque después del show no podían quedarse a dormir en la ciudad donde representaban su espectáculo, sino que tenían que irse a una legua de distancia. Lo que ellos hacían era algo obsceno, que, etimológicamente, significa ‘fuera del escenario’. Alguien llega y va a hacer algo que no es habitual en nuestro lugar de vida, nuestro ‘escenario’. Aunque el bufón estuviese representando un papel, no se le disociaba del personaje y se le negaba formar parte de la comunidad. En el fondo, la figura del bufón es de un outsider.
¿Es un personaje el Ignatius Farray que vemos sobre el escenario?
No, no lo es y digo que no lo es porque nunca me senté, deliberadamente, en una silla y sobre un papel me dije »voy a ser este o aquel». Todo se construyó a golpe de instinto y de pura supervivencia, “Tengo que hacer un show y tengo que permanecer a flote”. Yo me siento muy cómodo sobre el escenario porque me reconozco en los actos. Evidentemente, no voy a hacer en la calle lo que hago en un show, pero todo lo que hago en un show es un reflejo de una parte de mi ser, de lo que he sido y lo que soy.
Voy a contar una historia de cuando vivía en Londres: me hice muy amigo de un chico que vivía en la calle. Cogí con el tiempo mucha confianza con él, le daba mantas y edredones cuando llegaba el frío. Por aquel entonces, yo trabajaba en un hotel y venía muchas veces a buscarme. Me dieron el toque porque claro… el chaval era un alcohólico, vivía en la calle…Todo esto viene porque una vez yo le regalé un libro y él me lo dedicó. Yo tengo una risa muy histérica y muy tonta… incluso un poco asquerosa, no es una risa inteligente, así que me puso »Amigo de la risa incompetente”. Mi risa refleja la forma que tengo de hacer humor.
Yo que he seguido tu show a lo largo de los años veo una evolución hacia un humor más, digamos, maduro o sofisticado, más en la línea de Louis CK y menos clown.
Eso es, sin duda, reflejo de la confianza que tengo y que, poco a poco, con los años, he ido adquiriendo. Porque igual que soy un payaso y me comporto de un modo estrafalario, también soy un tipo normal y eso lo quiero reflejar en mis shows.
¿Te sientes miembro de un grupo, de una escena?
Sí, realmente sí. Es muy guay que haya gente que haga un tipo de comedia estándar y convencional porque eso ayuda a la industria y ayuda a los que hacen algo un poco más arriesgado y alternativo. Es muy guay, por ejemplo, que un cómico como Dani Rovira, que empezó como todos nosotros, ahora mismo sea una estrella de cine. Es el curso natural de un cómico: en Estados Unidos, gente que empezó muy arrastrada en los 70, como Steve Martin, Robin Williams, Eddie Murphy, acabaron siendo súper estrellas del cine. La industria del espectáculo se alimentaba de esos cómicos. Con el caso de Dani Rovira, está pasando, en España, exactamente lo mismo. Ojo, no estoy diciendo que esto sea lo deseable, pero es que sin esos cómicos la comedia alternativa no existiría. Somos comedia alternativa porque somos una alternativa a algo.
De todos modos, yo creo que, al final, muchos de estos cómicos estadounidenses se arrepintieron del giro que les dieron a sus carreras, aceptando papeles en películas de éxito masivo porque se dieron cuenta de que sus orígenes eran lo realmente genuino. Toda esa gente se dio cuenta de que habían renunciado a algo. La vida de toda esta gente era un poco mierda porque te sientes muy solo todo el rato y aprovecharon algo más acomodado en plan estrella, cayendo en esa trampa. Se convirtieron en estrellas de cine a costa de renunciar a algo muy autentico que, para ellos, lo había significado todo.
¿Te gustaría ser estrella de cine?
No creo que vaya a pasar eso, la verdad.
¿Nos podrías recomendar cómicos españoles alternativos que admires?
Miguel Esteban es mi cómico favorito. El primer cómico que ha empezado a hablar con una voz personal de verdad de nuestra generación. Es un ejemplo para mi. Yo no existiría como cómico si no hubiese conocido a Faemino y Cansado, por ejemplo. A los 12 años me rompieron la cabeza. No es que les admirase en su trabajo, es que yo quería tener la vida que tenían. En Canarias hay un cómico, que aquí no es nada conocido y se llama Manolo Vieira y a mí me encantaba, que fue el único que hacia stand-up allá por la década de los 80. Nació en un barrio muy humilde, fue camarero y empezaba a contar sus historias, no pretendía hacer un acting, una obra de teatro. Es muy injusto que no se le conozca más porque fue el primer cómico que empezó a hacer stand-up de verdad en nuestro país. La gente se acuerda de Gila, pero Gila no era esto, no era exactamente stand-up: tú veías a Gila hablando de la guerra y sabías que estaba interpretando a un personaje, no mantenía, con su historia, esa identificación personal con el público.
Además de Miguel Esteban, Raúl Navarro, que con ellos dos hemos hecho la serie El Fin de la Comedia, el grupo Canódromo Abandonado… En Barcelona gente como Miguel Noguera, Didac Alcaraz, Carlo Padial.
Mira, te voy a hablar de El Club de la Comedia. El programa de El Club de la Comedia lo creó un profesor mío de la Universidad en Globomedia a raíz de ver Seinfeld, que para mí representa al Spielberg de la comedia. Me explico: mientras gente de los 70 tenía una voz muy personal como Coppola, Scorsese o Dennis Hopper, de repente Spielberg aparece y forma también parte de ellos, pero dirige ET o Tiburón, que son otro tipo de películas. Seinfeld recogió la tradición de comedia alternativa de los 70, hizo una especie de alquimia y la transformó en algo mainstream, algo que puede ver todo el mundo. En EEUU en los 70, en Londres en los 80, el stand-up nace como un fenómeno contracultural y contestatario. Aquí, curiosamente, ha pasado al revés: el stand-up ha empezado como un fenómeno mainstream y la gente, a fuerza de ver este tipo de shows se aburre de ver siempre lo mismo y surgen otras formas de hacer comedia, más alternativa.
(En este momento el hambre apremia y pedimos de comer. Morcilla de arroz, patatas fritas con huevo, chorizo… En el bar Sacramento todo esta bueno).
¿Habrá segunda temporada de El Fin de la Comedia?
No hay nada concretado. El personal de Comedy Central está muy a tope con la serie, nos dicen que si fuese por ellos, ya estaría en marcha la segunda temporada. Lo malo es que no tienen autonomía para tomar decisiones. Para cualquier decisión tienen que pedir permiso a la central de NYC. Y dime tú qué sabrán en NYC de la aceptación tan buena que ha tenido la serie. Los datos de redes sociales, el movimiento en Twitter… Eso no les importa, lo único que les interesa es la audiencia que en ese momento está viendo la serie. Y la gente no ha visto la serie, apenas, por Comedy Central, la ha visto por otros medios, se la descargaban, se la pasaban entre ellos… No es un dato realista el calibrar la cantidad de gente que ve la serie solo teniendo en cuenta la TV.
Para terminar, dos preguntas. ¿Cuando empezaste en la comedia, te imaginabas estar como estás ahora en estos momentos? Y la segunda pregunta: ¿Dónde te ves dentro de 20 años?
Empecé muy a lo loco y sin fijarme una meta personal, me lo tomé como un reto. Pensé, si no lo hago voy a estar odiándome el resto de mi vida. No pretendía hacer carrera de esto. No quiero arrepentirme de lo que haga, quiero tener la valentía de hacer siempre lo que me apetece y no caer en ciertas trampas. Mi carrera me la he tomado como una manera de conocerme a mí mismo. Y a lo mejor no me está funcionando todo lo que yo quisiera. No estoy contento con lo que hago. Algunas actuaciones salen mejor que otras, pero no estoy contento con lo que hago, repito. No ir a buscar el chiste enseguida, tomarme mi tiempo para contar las cosas, ser más valiente. A lo mejor no estoy a la altura de lo que yo pensaba que podría ser. No soy el cómico genial que yo pensaba que podría llegar a ser. Tengo la ilusión de poder siempre hacerlo mejor, de dejarme de tonterías, contar las cosas de verdad y no estar siempre escondiéndome. Así lo veo yo.
Richard Pryor encontró su voz propia a los 15 años de carrera. A Pryor le iba todo muy bien, tenía un rollo familiar, lo comparaban con Bill Cosby… pero no era lo que él quería hacer, en realidad. Lo petaba, no le hacía falta nada. Una vez, actuando en Las Vegas, se le cruzaron los cables, cogió el micro, lo lanzó al aire y se le escucho decir »¿Qué mierdas hago yo aquí?» Se llevó sin actuar dos años. Acabó en las Panteras Negras… Volvió al humor y supuso toda una revolución porque nadie hacía ese tipo de humor, con una voz tan salvaje y personal. Yo no la he encontrado aún.