Sábado 5. De herencias criminales, comunismo interestelar, fanatismos varios y sirenitas.
El sábado volvemos a amanecer lluvioso, pareciera que el tiempo quisiese acompañar el tono general de las propuestas europeas, siempre constreñidas, apocadas, intensas, sin poco respiro al humor. Al final de la jornada, empero, nos llevaremos una grata sorpresa con olor a pescado y coreografías imposibles. Y polacas.
Dogs. (Bogdan Mirica, 2016, Las Nuevas Olas). Western actualizado y trasladado a la zona rural de Rumanía, algo no especialmente indicado para hacer turismo o pasar una temporada tranquila. Atisbos de American Gothic a la Europa del este para una tensa historia de herencias inoportunas, que se cuece a fuego lento y que comienza, como lo hiciera Terciopelo Azul, con una cámara sinuosa a ras de suelo que desemboca en la aparición de un pie mutilado. Un gran uso de la panorámica, las luces y las sombras, y un gran juego de extremos: la ciudad y el campo vistos como enemigos insondables y estallidos de violencia seca y bruta enfrentados a la magia del elipsis. Un protagonista que no lo es tanto para una estupenda película narrada con un gusto clásico, aunque dejando respirar el plano y evitando manierismos de manual.
Ikarie XB1 (Jindrich Polák,1963, Tour/Detour). Encantadora pieza de ciencia ficción naïf, restaurada para su proyección en cines y reestrenada en la pasada edición de Cannes. Ikarie XB1 trata el tema universal de la búsqueda del hogar y encierra a un grupo de trabajadores en una nave espacial de arquitectura geométrica. En el trayecto, se enfrentarán a una fuerza mayor que podría dar al traste con su misión, entre bailes y guateques siderales. Apreciable aunque se nota que el tiempo ha hecho mella en ella, merece la pena sobre todo por su colosal diseño de producción y sus artesanales (y entrañables) efectos especiales.
The Student (Kirill Serebrennikov, 2016, Las Nuevas Olas). Torpe y reiterativa incursión en el espinoso asunto del fanatismo religioso, The Student (o El Discípulo) cuenta la atractiva historia de un joven estudiante que descubre la Biblia y decide dar un giro a su vida, predicando la palabra aunque sea a la fuerza. Su entorno, en una Rusia opresiva que castiga a homosexuales, comienza a verse afectado por su discurso, en una mezcla de síndrome de Estocolmo, anhelo por tener (o mantener ) la fe y puro terror. Con media hora menos el asunto habría sido mejor, pero el director se empeña y se empeña en que todo quede muy clarito, trufando su obra de imágenes simbólicas que dan un poco de vergüenza ajena (con Rammstein de fondo, por si no teníamos bastante). Lo mejor: que cada vez que se declama un versículo se tiene a bien rotular y explicitar en qué parte del libro santo sale, remarcando el absurdo sinsentido de unas lecciones que vete a saber tú quien impartió y para qué beneficio.
The Lure (Agnieszka Smoczynska, 2016, Selección EFA). ¿Cómo poder resistirse a una producción polaca ambientada en los ochenta, con toques de comedia musical de horror, que adapta el clásico cuento de Andersen? El punto de partida es tan marciano que, aunque la película hubiese sido un desastre, habría tenido mis simpatías. Pero no es el caso. The Lure comienza como un terremoto delicioso, un musical de Demy con efectos neón y colores pastel, para ir luego diluyendo su provocativa propuesta para desembocar en un clásico cuento de hadas, trágico y dramático, con un inusitado (e inesperado) aliento poético. Arrebatos gore, grand-guignol al gusto de la generación new-romantics con un dúo de actrices protagonistas que, si me las encontrara en el mar, no dudaría en que me dieran un buen bocado.