Heartstone (Guðmundur Arnar Guðmundsson, 2016, Sección Oficial). ¿Cuántas películas más se podrán hacer sobre el paso de la adolescencia a la madurez en un entorno hostil? Si hace poco pudimos ver Sparrows ahora le toca el turno a Heartstone, una película con el punto en común de ser una ‘coming of age’ centrada en el despertar sexual de un adolescente en un recóndito pueblo pesquero islandés. Padres que no se sorprenden si sus hijos no pasan la noche en casa, borrachos, homófobos y machistas, cuya educación se basa en la represión del que se siente diferente y para los que apenas hay cariño. A pesar del magnífico uso de los paisajes panorámicos, Heartstone es íntima y sobrecogedora, rematada por una impresionante interpretación de los adolescentes, cuerpos atormentados que buscan ante todo el amor y el placer y que, cuales escarabajos kafkianos, no dudan en cortar de raíz lo que les ata al suelo (o al mar) y, quizás, desaparecer sin llegar a ser insecto, quizás pez feo y extraño. Una pequeña joya que duele, alejada de sensacionalismos.

«Heartstone». Guðmundur Arnar Guðmundsson
American Honey (Andrea Arnold, Sección Oficial, 2016). La primera gran decepción del festival. La realizadora Andrea Arnold sigue empeñada en retratar el desarraigo familiar en ratio 4:3, como ya hiciera con bastante éxito en Fish Tank, en una pretenciosa road movie, un viaje iniciático de una hippie que se une a un grupo de vendedores de revistas, con la intención de darle un sentido a su vida, de, quizás, lograr cumplir su sueño: comprarse una caravana. Con un estilo documental que remite a Harmorie Korine, American Honey es un deslavazado conjunto de escenas protagonizadas por personajes desdibujados, clichés del desamparo, que no llegan a empatizar con el espectador porque no tienen nada que contar. Como si estuviese rodada a salto de mata, ahora celebramos un cumpleaños rodeados por un fuego, ahora entramos en una casa de pijos para vender los magazines, ahora me voy de barbacoa con unos rednecks magnates y horteras, vestidos de blanco. Uno no llega a explicarse nada de lo que ocurre, el aburrimiento impera y lo único que podemos agradecer es que a la directora no se le haya ido de las manos cargando las tintas en la violencia física. Demasiada ambición para un ejercicio torpe y sin rumbo.

«American Honey». Andrea Arnold
Con Le Parc (Damien Manivel, 2016, Las Nuevas Olas) no nos pararemos mucho: contar, simplemente, que el director ha tenido un empacho de Nouvelle Vague, Pedro Costa y Apichatpong Weerasethakul, una pareja en un parque cuya historia deviene en asuntos oníricos que oscilan entre el estupor y el ridículo.

«Le Parc». Damien Manivel
Le Fils de Joseph (Eugene Green, Sección Oficial, 2016). Obra maestra total, compendio de literatura, arquitectura, poesía y música, para una historia de venganzas que se asiste con asombro y una sonrisa que ilumina y llena el alma. Le Fils de Joseph trasciende el mero ejercicio cinematográfico para confeccionar un alegato en pos de la bondad humana y en contra de estos tiempos cínicos que nos ha tocado vivir, una reflexión sobre la luz interior (y como alcanzarla) con el estilo único de Green: diálogos declamados, brillantes réplicas para enmarcar e interpretaciones despojadas de (casi) cualquier emoción para alcanzar la VERDAD, siguiendo las enseñanzas de Bresson. Una película insuperable, un milagro bendito al que asistir con lágrimas en los ojos en el que, además, hay lugar para la risa. Si en La Sapienza, esa búsqueda de Dios y la verdad se realizaba teniendo como punto de vista la arquitectura barroca italiana, en Le Fils de Joseph, el destello de vida emerge de nosotros mismos, enfermeros y pacientes, a la vez, de este gran hospital al que llamamos mundo.

«Le Fils de Joseph». Eugene Green