Paula Bonet, “Todo acto creativo es un acto político”

Texto: Alfonso Barragán // Fotos: Sonia Fraga

Hemos estado con la pintora, ilustradora y escritora Paula Bonet. Y, sin darnos cuenta, nos ha ido contando un relato, el que se esconde detrás de su obra, de sus grabados, sus pinturas y sus libros. Un relato que incluye alegrías, miedos, desengaños, aspiraciones, mujeres, libros, dibujar en el fango, una vida paralela siendo una chica llamada Jimena y hasta un terremoto de 8,5 grados en la escala de Richter. Pasen y lean.

Cuando pienso en mí dibujando de pequeño, la primera imagen que se me viene a la cabeza es tirado en el suelo dibujando en un folio con la tele encendida. Si piensas en cuando eras niña, ¿cómo te recuerdas dibujando, en el suelo, en tu habitación, en todos sitios…?

También es en el suelo. Me vienen dos momentos, uno es en el patio del colegio con una amiga con la que nos inventamos una revista, éramos editoras, ilustradoras, fotógrafas, la maquetábamos con folios y demás en el patio.

El otro es en academias de dibujo pero de estas no tengo un primer recuerdo nítido… También me recuerdo con las manos en el barro, de más pequeña. Cuando llegaba Semana Santa nos íbamos al campo y a mí me gustaba mucho jugar con el barro (en valenciano decimos fer fangals), ensuciar… hacer dibujos con palos sobre la superficie de tierra mojada.

He tenido la suerte de que mi madre sea una mujer muy observadora y muy exigente. Supongo que ella vio lo feliz que era en mi cuarto dibujando o leyendo, así que siempre me apuntó a academias de dibujo en el pueblo. La primera creo que fue en la Caja Rural, iba los sábados por la mañana. Después tuve la suerte de que a mis 14 años llegó a mi pueblo un pintorazo, Pepe Biot. Fue la primera vez que tuve contacto con alguien que entendía la pintura como medio de expresión y no como un hobby. Además Biot valoraba mucho la técnica. Siempre pensé que pintaría y dibujaría pero hasta que no conocí a Pepe, no descubrí que era mi manera de comunicarme y de entenderme y que aquello no era un hobby, sino algo mucho más importante.

Entonces estudias Bellas Artes no porque en la familia hubiese alguien relacionado con ellas sino por las academias a las que te apuntan desde pequeña. Lo más “manual” que veías en casa era a tu abuelo que era carpintero.

Sí, mi abuelo era carpintero, algo que me llevaba directamente a necesitar un espacio propio y a trabajar con las manos. Mi bisabuelo sí que había estudiado Bellas Artes, pero de eso me enteré hace apenas unos años. También era carpintero y hacía bajorrelieves en los muebles. A mis padres les costó mucho entender que quisiera matricularme en la Facultad de Sant Carles porque era muy buena estudiante y ellos no asociaban las buenas notas con la carrera que quería hacer, creo que preferían tener una hija fiscal.

De adolescente tomé dos decisiones sin consultarlas con nadie: la primera fue en el momento de elegir la casilla de la carrera que quería cursar, después de haber hecho la Selectividad. Al ir a marcar Filología o Traducción dije “¡a la mierda!, quiero estudiar Bellas Artes”. Puse la X en esa casilla como primera opción y me fui corriendo al taller de Pepe Biot y él me dio un abrazo que no olvidaré jamás… me dijo “anda pasa que ahora se lo tenemos que decir a tus padres”. Y fue él quien se lo dijo, sabía que habría conflicto en casa y tomó una decisión que me puso las cosas más fáciles.

Debe de estar muy orgulloso de ti…

Murió hace dos años pero tuvimos un vínculo precioso, recuerdo cómo era de exigente y serio en el momento de pintar y cómo nos descojonábamos cuando le contaba las historias de la facultad. Se reía fuerte con aquella de aquel profesor que me puso un sobresaliente en pintura argumentando que “pintara como un hombre”. Se ve que pintar con planos firmes era únicamente cosa de un género. Pepe fue de los pocos maestros que me he encontrado con los que ha habido una relación muy sana, muy de maestro-alumna. Nunca hubo ningún tipo de interés desvinculado del ámbito académico. Lo subrayo porque lo otro sucede con demasiada frecuencia.

Tanto Pepe Biot como Rafael Munita, mi maestro chileno de grabado, son dos personas a las que les tengo mucho aprecio porque han sido de los pocos hombres más mayores que yo que mientras era una adolescente que estaba perdida me vieron primero como pintora, y luego como mujer. Y eso, en el contexto en el que vivimos, es maravilloso.

Hablando de hombres importantes, Javier Ortega, tu editor es otro de ellos.

Mi editor es maravilloso. Sabe ponerse en el lugar del autor y si éste lo tiene claro respeta totalmente sus decisiones. Que publicáramos el The End… que funcionara tan bien, y que en ningún momento insinuara que había que publicar otro libro igual y repetir la fórmula porque sabía que vendía, lo puso en un lugar que respeto mucho.

Antes de que se nos olvide, ¿cuál fue esa segunda decisión que tomaste sin consultar a nadie?

La segunda decisión fue en cuarto de Bellas Artes. Valencia no es una ciudad fácil sobre todo si la vives durante la adolescencia y la post-adolescencia. La relación que tengo de amor-odio con esa ciudad es muy bestia. A esto tenemos que sumarle el mundo universitario y todas estas agresiones de género que están saliendo a la luz últimamente. Creo que cuando empiecen a destaparse en las universidades mucha gente se llevará muchas sorpresas.

Hubo un momento concreto en el que supe que tenía que alejarme de Valencia. Así que en medio de una clase bajé a pedir una beca con la idea de irme al lugar más lejano con el que mi facultad tuviera un convenio. Ese destino era Santiago de Chile. Pedí la Promoe y me fui allí sin saber nada sobre ese país largo y finito que tanto amo ahora mismo. Me sonaba la dictadura pinochetista y que el país tenía una forma extremadamente alargada, pero no sabía dónde iba. Tenía veinte años, crucé sola el Atlántico, y llegué a una ciudad donde todo era absolutamente nuevo, en una época en la que no teníamos conexión a Internet, en la que para comunicarte con tu familia tenías que quedar y hablar por teléfono desde una cabina o un locutorio. Esa experiencia para mí fue brutal, incluso pensé en cambiarme el nombre, me quería llamar Jimena. Solo les hice caso a mis padres en eso, en no cambiarme el nombre (risas).

Fue muy interesante porque fue la primera vez en mi vida en la que me vi sola, en la que tuve que tomar decisiones sola, en la que entendí el vínculo con mi trabajo de un modo más emocional e intelectual. Porque en Valencia hay mucho equilibrio entre concepto y forma, pero en Chile era todo mucho más conceptual, con muchas influencias argentinas.

Sucedió eso y además llegué al Taller 99, que es el taller de grabado con el que espero no perder nunca el vínculo que creé entonces. De hecho cuando voy a Chile siento que no me he ido, tengo un espacio de trabajo que es este taller, un piso que sigue siendo el mismo de aquella época, tengo los amigos de entonces y amigos nuevos, y tengo trabajo. Siento como si tuviera dos vidas paralelas. Y luego es muy curioso porque entiendo Chile como un refugio, en el libro La Sed está muy presente, me siento segura. Volver a Chile es volver a ser la estudiante de Bellas Artes que se manchaba las manos y que no le importaba a nadie.

Cuando vuelves a Chile vuelves a ser Jimena.

Exacto. Y es curioso porque sentir Santiago de Chile como un refugio y sentirme segura allí donde precisamente la tierra se mueve todo el tiempo, no deja de ser paradójico. De hecho, la vez que fui para trabajar en La Sed tenía en mente que parte de la estructura del libro debía vincularse a movimientos de placas tectónicas, a derrumbamientos, a terremotos… porque La Sed sale en el contexto en que siento que mi mundo se derrumba y me replanteo la relación con él.

Fue muy interesante ir a Chile y sufrir un terremoto de 8,5. Cuando pasó esto pensé “no va a haber una parte de la estructura del libro que tenga que ver con terremotos, toda la estructura del libro debe ser la estructura de un terremoto”. Esta paz que realmente lo invade todo, el temblor que nadie se espera, lo impredecible, el derrumbamiento, el salir del barro y ver que estás bien aunque sea mentira porque luego llegan las réplicas. Y cuando acaban las réplicas, vuelve la aparente paz. Es una estructura circular que vi que era perfecta para el libro.

La Paula Bonet que empieza Bellas Artes ¿soñaba o se imaginaba con esta Paula Bonet de ahora y su carrera? ¿Dónde te veías llegar o a qué aspirabas cuando estabas estudiando?

Nunca proyecté demasiado, me gustaba ser consciente de lo que tenía en cada momento, trabajar bien y disfrutar del trabajo, la vida o del momento que estaba viviendo. Pero lo que sí que pensaba que sucedería, es que siempre tendría que tener trabajos paralelos a mi proyecto artístico. Y así fue hasta hace siete años. Para mí, ser de la poca gente de mi curso, de mis amigos, que seguía pintando, ya era un éxito, no haber abandonado la pintura era un completo éxito, tener que buscarme curros para tener un taller, mi piso, ya me parecía una hazaña.

Digamos que asumías que vivir exclusivamente de la pintura era casi imposible.

Pintar o dibujar es lo único o casi lo único que se me da bien. Y además es el único lugar en el que me siento en paz conmigo misma, donde encuentro respuestas y donde crezco, emocional e intelectualmente. El hecho de tener que buscar curros fuera de la pintura también mantenía a salvo mi trabajo artístico, porque en el momento en el que entras en el mercado, hay muchos peligros. También estoy muy contenta de la suerte que he tenido de que todo esto me haya pasado con treinta años y no con veinte. Porque si me hubiera pasado con veinte, seguramente me habría dejado llevar por lugares que a los veinte crees que son sinónimo de éxito y a los treinta sabes que no lo son. Me habría dejado influenciar por intereses editoriales, por intereses empresariales, de grandes superficies o marcas a los que yo no les preocupo nada más que como «tendencia que funciona y que se ha de exprimir hasta que llegue -o se fabrique- la siguiente». Que haya pasado ahora es algo muy positivo.

Después de la publicación de Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End dijiste: “ver una aceptación tan general me asustó”.

Me asustó por varios motivos. Uno por ver lo fácil que era banalizar un trabajo que a mí me había costado toda la vida. Otro porque el trabajo por el que se me estaba conociendo era algo que yo no había hecho nunca y era lo que menos me representaba. Lo que yo he hecho siempre es pintar y grabar, que es lo que volví a hacer una vez publicado el The End. Volví a esos lugares en los que me siento segura, cómoda, tranquila, donde el tiempo se para, donde la misma técnica te pide reposo, trabajos en los que de alguna manera siento que me tengo que alejar de mí y de la inmediatez que este entorno nos impone, porque te lo pide la propia técnica. El hecho de que la técnica me alejara de esta inmediatez de hacer un dibujo y colgarlo y compartirlo con esa facilidad me pareció muy positivo. De hecho, a veces, haces un dibujo, lo cuelgas y lo compartes y todavía no has entendido lo que has dibujado. Con un grabado, por ejemplo, los procesos son muy largos hasta que llega el momento de la estampación. Puedes pasarte una hora lijando con lo cual estás estableciendo un contacto, un vínculo con la obra muy distinto. Como veis, estoy flipada con el grabado (risas).

¿Esa paciencia y ese “rechazo” a la inmediatez viene de siempre o te ha ido llegando con el paso de los años y tu trabajo?

Me ha ido llegando poco a poco. De hecho me puse a dibujar como una loca porque vi que podía emitir unos mensajes a una velocidad que la pintura al óleo no me permitía. Pero estaba siendo hija de ese contexto que ahora critico.

Lo que me pasó con The End, fue que o bien no supe comunicar o bien el público no lo entendió (seguramente fue lo primero). Pero siempre digo que ese libro funcionó porque no se leyó, funcionó por su envoltorio preciosista. En las entrevistas, por ejemplo, nadie preguntaba por el contenido, y está lleno de agresiones de género, de ciertos temas muy bestias de los que habría sido interesante poder hablar… Cuando lo vi con un poco de perspectiva entendí que lo que yo había hecho publicando ese libro era lo que el contexto me había pedido que hiciera como mujer: dibuja pero bonito, habla pero no demasiado, no alces la voz, quédate en tu sitio. Esta relación amor-odio con el The End es debido a que haber hablado de estos temas de manera tan prudente, con tantas metáforas, con dibujos tan bonitos, hizo que el mensaje no se trasmitiera.

Se desvirtuó el mensaje.

Sí, sí, totalmente. Y yo soy la responsable, pero la responsable por culpa del contexto.

The End me dio un pequeño altavoz muy inesperado y un hostión muy bestia porque fue el libro que me puso en bragas en un contexto que yo pensaba que en cuanto a igualdad de género estaba casi todo conseguido. Yo vivía en mi espacio ideal y cuando vi qué era lo real, me afectó muchísimo. Sobre todo porque normalmente cuando iba a mesas redondas, festivales, etc. era la única mujer rodeada por hombres. Eso cuando no iba a un festival de mujeres, que no sé qué es peor, si estar en un festival rodeada de hombres o en un festival solo de mujeres que “hacen cosas”. Siempre me viene la idea de cuando entras en una librería y ves la sección de poesía femenina, ¿hay sección de poesía masculina? ¿Por qué cuando nosotras hacemos cosas hay que especificar que está hecho por mujeres? Cuando he estado en mesas de hombres porque era la única mujer, ni a mí ni a mi trabajo se le trataba del mismo modo que se trataba el trabajo de estos hombres.

Me pasó en Ilustratour, junto a Aitor Saraiba y a Magoz. Somos los tres tan diferentes que se habría podido establecer un debate muy interesante pero delante de estas cuatrocientas personas, el moderador me presentó haciendo referencia a mi físico mientras detrás de nosotros se proyectaban las imágenes de nuestro trabajo. Yo estaba mordiéndome la lengua porque pensaba “esto no puede estar sucediendo aquí, seguramente ahora va a dar un giro en su discurso y justamente denunciaremos que esto suceda”. Entonces Aitor pidió la palabra y preguntó si cuando lo presentara a él también comentaría si le parecía guapo o feo. Después del silencio dijo con voz firme: «Quizás sea directamente un maricón de mierda”. Y así empezó la mesa. Fue horrible. Esa es la bofetada que me dio el The End: ver que las mujeres estamos mudas. La Sed se iba a llamar La Muda, porque se espera que las mujeres continuemos siendo el objeto y no el sujeto, porque el mansplaining está a la orden del día.

Y esto es algo que como mujer te perjudica siempre. Si eres guapa porque eres guapa, y si no lo eres, porque no lo eres. Repito que el hecho de que se nos cuestione y se nos juzgue afecta a todos los ámbitos. ¿Por qué las mujeres con éxito, aquellas que fueron valoradas en su contexto, que fueron publicadas y premiadas, que vivieron de su trabajo, por qué todas estas mujeres que avanzaron para mejorar la vida tanto de mujeres como de hombres, cuando se fija la historia desaparecen y en cambio los nombres de sus contemporáneos hombres sí que están en los libros de texto? Esto es un error mayúsculo porque al final, todos, hombres y mujeres configuramos nuestro pensamiento a partir de la experiencia masculina. Y hay muchas conclusiones a la que llegaron mujeres de generaciones anteriores, y otras mujeres de generaciones anteriores a estas, y así una y otra vez a lo largo de la historia de las que podríamos partir y avanzar mucho más rápido. Pero como las hacen desaparecer… al final, las mujeres acabamos andando en círculos.

Por eso hice La Sed, quiero (dentro de mis posibilidades) que se lea a Anne Sexton, quiero que se lea a una mujer que habla de la locura, de la masturbación, de parir y rechazar a tu hijo, de una serie de temas que suceden, que son tabúes pero que están ahí. ¿Por qué no podemos ser conscientes de que puedes parir y rechazar a tu hijo? Así cuando te suceda, si es que te sucede, podrás acudir a la experiencia de otras mujeres y entenderás que no eres un monstruo. Tenemos voz y tenemos derecho a poner sobre la mesa unos temas que son muy importantes para los dos géneros.

En cuanto al movimiento feminista y toda esta oleada que parece, por suerte, imparable, ¿eres optimista?

Sí, pero a muy largo plazo.

¿Hay una conciencia masculina sobre el feminismo que antes no había?

Yo creo que sí, y así es como debe de ser porque es algo que afecta a mujeres y a hombres. Todos los beneficios que traerá el feminismo no serán solo para las mujeres, será para el contexto.

Esta conciencia de género y esta necesidad de denunciar el contexto me ha hecho dibujar de otra manera. Antes entendía el dibujo como un acto de placer personal, me centraba mucho en lo que podía ir aprendiendo de manera individual. Lo que me ha pasado después de publicar el The End es que ahora entiendo que mi trabajo no es algo que solo me afecta a mí. Entiendo que pintar, escribir, componer, rodar una película es un acto de comunicación crudo y que además tiene que estar vinculado sí o sí con el contexto. Todo acto de creación es un acto político.

¿Notas que el público que te seguía con The End y que te sigue ahora es el mismo y ha “evolucionado” junto con tu obra o se trata de un público totalmente distinto?

Lo que voy a decir va a sonar muy mal, pero cuando trabajo yo no puedo tener en cuenta al público. Y no puedo estar pendiente de si el publico evoluciona conmigo, si me sigue o no me sigue. Porque no estaría siendo fiel a mi obra, estaría siendo fiel a unos intereses económicos. Estaría potenciando unos intereses en las redes sociales que no me gustan, que es esa necesidad de llegar al mayor número de gente posible, sea como sea. Eso no me interesa. Cuando veo publicidad metida con calzador en gente que sigo porque me interesa su trabajo, me duele, me cuesta. Igual soy demasiado purista, igual soy demasiado idealista o soy una ingenua pero creo que las redes sociales, si las utilizas bien, pueden ser muy útiles y beneficiarte mucho, pero si las utilizas mal, te pueden engullir. Creo que es un error, creo que nuestras carreras son carreras de fondo. Para mí el objetivo no es vender treinta mil libros en un mes sino estar toda mi vida haciendo libros.

Te imagino trabajando de una manera muy íntima, muy encerrada en casa o en el taller, tras un proceso muy largo de introspección, de documentación… Dices que no hay mayor placer para ti que apagar el móvil y ponerte a trabajar con calma. ¿Cómo lo compaginas con que te hagan entrevistas, des charlas, te inviten a eventos, presentaciones, viajes…? ¿Cómo llevas esa cara B de tu trabajo que te debe quitar tanto tiempo?

Esto es algo cíclico, lo mismo el año que viene decido no hacer ninguna entrevista ni dar ninguna conferencia. Ahora mismo me sirve mucho porque me alimenta y aprendo. Poder comentar con compañeros del mismo oficio. De unos oficios que son tan solitarios, como bien dices. Poner sobre la mesa y compartir miedos, dudas, procesos editoriales… todo eso es necesario. Entre una cosa y la otra, me tiene que compensar, si no, no lo haría. Y tengo unas ganas horribles de encerrarme un mes en mi taller. Por eso me gusta tanto irme a Chile, allí aunque tengo esta vida paralela con amigos y demás, consigo estar más tiempo encerrada. Y para mí eso es muy importante, dilatar el tiempo de esa manera. Poder dejar el móvil en el hotel y desayunar leyendo un libro no tiene precio.

Desde los treinta te dedicas en exclusiva a la pintura y la ilustración. En ese momento todo empieza a explotar, tu trabajo aparece en todos lados y tienes que tomar muchas decisiones importantes en un periodo de tiempo muy corto. ¿Cómo llevabas, sobre todo al principio, todo eso que comenzó a pasarte casi de la noche a la mañana?

Al principio muy mal, intentaba quedar con gente que llevaba en esto un tiempo a ver si entendía un poco cómo gestionarlo. Pero es que solo puedes aprender a gestionarlo con la experiencia, con el paso del tiempo y equivocándote. También lo llevé mal porque vi lo frágil que era todo y cómo a pesar de tener un discurso y un oficio, a pesar de estar haciendo lo que he hecho siempre y a pesar de tener una base, se podría haber torcido con tanta facilidad. La decepción, de nuevo, era con el contexto. Mi modo de actuar fue que a cada propuesta que entrara, la primera respuesta fuera no. Creo que en un momento así en el que hay tanta saturación y no sabes si el interés viene realmente por el motivo que tú querrías que viniera o por otro, tu carrera se define mucho mejor por los noes que por los síes.

Yo tengo muy claro que para mí lo importante es la literatura y la pintura, no es la tendencia, ni la moda, ni quiero vivir de mi imagen. Vivir de mi imagen es lo último que quiero, estoy cansada de mí. Yo quiero poder vivir del placer que siento cuando dibujo, del placer que siento cuando pinto. Y si ese placer que siento acaba encerrado en un libro y acaba en manos de alguien y a ese alguien le sirve para sentirse algo más aliviado, yo me siento mucho mejor pagada. Si se establece esa conexión con el público me siento mejor que con el éxito que nos están vendiendo.

Tenemos una idea errónea de éxito y además con las redes sociales no tenemos referentes porque estamos creciendo con ellas y tenemos que equivocarnos y experimentar, aprender y así tiene que ser. Pero lo que sí tenemos es la experiencia de otros autores con los que se ha comercializado de un modo muy bestia y que se han cavado su propia tumba. Entiendes que haya gente que decida hacerlo así porque no tiene nada malo, pero yo, por la manera que tengo de entender mi trabajo, no puedo acercarme a esa manera de gestión de mi obra.

¿Qué te cuesta más trabajo pintar o escribir?

Escribir. Bueno, pero llevo mucho tiempo diciendo que me da más placer escribir. Porque también es el lugar donde no lo tengo todo controlado. Pero lo que está sucediéndome ahora después de haber estado dibujando cuatro años por la fiebre esta del The End, y haber vuelto con la mirada más reposada y otra experiencia a la pintura, es que estoy pintando de otro modo y eso también me da mucho placer al tiempo que me exige más y por tanto, me cuesta más. Supongo que me puse a dibujar con esa intensidad porque estaba bloqueada con la pintura. Ese parón de tres, cuatro años de solo dibujar me fue muy bien. Ahora, tanto la pintura como en el grabado se ven beneficiados, y el hecho de tener un taller de grabado me está permitiendo salir de los lugares que controlo, me está permitiendo el riesgo, el error.

Ahora mismo lo que siento con la escritura que es esa atracción de lo desconocido, estar en la cuerda floja y saber que me puedo pegar una hostia o que puedo llegar a un lugar que me dará placer.

¿Qué es lo mejor que te ha regalado esta profesión?

Hostia, es muy difícil quedarme solo con algo. Creo que me ha conectado mucho más con el mundo. Me ha conectado con el mundo de un modo más crítico. Me ha hecho salir de un entorno artificial dentro del entorno artificial en el que ya estamos. Creo que es eso. Me siento muy afortunada.

Elige una ciudad.

Santiago de Chile. Barcelona, también.

 

 

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