La cancha vacía conserva el calor del membrillo, una atmósfera húmeda e incandescente que pesa en el círculo central. Gervasio Iglesias y yo llegamos un rato antes. El productor se calza sus guantes de portero y comienza a estirar los músculos. Mientras aparecen los otros jugadores comienzo a patearle el balón a las manos, muy distinto será cuando estemos en pleno partido. Alberto Rodríguez llega sobre la hora y va a cambiarse, juegan juntos hace años. [Nota del editor: el autor de este texto, Joaquín Dholdán, es uruguayo y acérrimo seguidor del Club Atlético Cerro, de ahí que la mayoría de expresiones futbolísticas sean las comunes al otro lado del charco. No deja de soprendernos que Joaquín juegue con la camiseta de Suárez siendo, además de escritor, dentista. Será algún tipo de filia dental.]
Recuerdo lo que dijo Gervasio cuando ganaron el Goya a la mejor película. Él ya veía algo especial en Alberto.
Es cierto. Lo que conté fue que nos reuníamos en Las Sirenas, en Sevilla, la gente que estábamos haciendo cine, los cortos y tal, y estábamos con Dani Cuberta [en ese momento calentando en la banda] y decía algo que todos teníamos claro, si uno de nosotros iba a lograr trabajar en el cine, ese era Alberto, tenía ojo, criterio, empuje, lo tenía todo.
«A mí me encanta el cine», reflexioné.
«A mí lo que más me gusta es cuando me olvido que estoy en un cine, cuando dejo de ver actores, montajes y creo que eso es la realidad.»
Le pateo un balón al ángulo, inatajable, pero Gervasio vuela de palo a palo y la despeja. Es tremendo portero, por eso le pregunto: «¿Cuál es el secreto de un buen productor?»
«La clave es que no se note que está pero que el equipo se sienta respaldado, que sepa que está allí esa malla protectora que cuida de ellos para que todo vaya bien. Y luego que tenga mucho olfato para elegir un proyecto, sabes que no lo vas a estrenar (con suerte) tres años después de haber tomado esa decisión, o cuatro, cinco años. Tienes que pensar que esa película le va a seguir interesando al público pasado todo ese tiempo.»
Le confesé que estaba viendo paralelismos entre la tarea de un portero y la de un productor.
«Es que todas son similitudes, estamos todo el rato parando balones y haciendo todo para salvar al equipo in extremis.» [Risas]
Cuando Alberto Rodríguez recibió una lluvia de premios por La isla mínima, fue entrevistado por muchos medios, uno de ellos apeló a su pasión por el fútbol. En esa oportunidad le escuché murmurar «a mí lo que me gusta es jugar», y creo que ese pensamiento define muy bien a este gran director de cine, uno de los mejores de España. Es una persona diseñada para hacer.
Siempre quise saber que distancia separa las diferentes facetas de una persona, las multitudes que conviven en un solo ser, un director de cine, un integrante de un grupo de whatsapp, un jugador de futbol-sala, un hombre corriente. Le pregunto a Alberto de dónde viene su vocación por el cine.
«Nunca tuve vocación por el cine. Lo que me gustaba es contar historias. Yo en realidad quería ser periodista pero cuando iba a entrar en la universidad, un periodista me convenció para que no hiciese esa carrera sino la de imagen y sonido. Lo que me ocurrió es que cuando empecé a descubrir el lenguaje cinematográfico, me quedé fascinado y pensé que era mucho más bonito y más adecuado para lo que yo tenía que contar y así empecé a hacer cortos y poco a poco películas. Se puede decir que soy lo contrario del niño de Cinema Paradiso.»
¿Has pensado siempre en ser director o te tentó actuar, producir o alguna otra rama del cine?
«Nunca me tentó nada aparte de dirigir, porque también probé fotografía y se me daba fatal. Hice bien dedicándome a la dirección por el bien de los espectadores más que nada.»
¿Y del arte? ¿Cuál otra disciplina te gustaría ejercer?
«Quizás me gustaría escribir literatura, pero hace falta tener cualidades y no estoy muy seguro de tenerlas, pero sí, la verdad que me gustaría escribir cuentos, novelas.»
Veo a los de mi equipo llegar poco a poco. Nuestro puntero derecho Pedro Álvarez, el documentalista de La peste, la serie que Alberto filmará ambientada en el siglo XVI, cuando Sevilla era Nueva York. Muchos somos de letras.
Pienso en Borges cuando fue a ver un partido de fútbol al Estadio Centenario en Montevideo, se fue durante el descanso, pero no por aburrimiento, sino porque creía que el partido había concluido. Muchos intelectuales criticaron duramente la popularidad de este deporte y otros tantos lo reivindicaron. Así como Jack London con el boxeo, se generó mucha literatura alrededor del fútbol (los cuentos de fútbol de Fontanarrosa, Eduardo Galeano). Se planteó —una vez más— una vieja discusión, el pan y circo, que desde los romanos se murmura en los despachos de los gobiernos, se grita en las tertulias intelectuales y se factura en los medios de comunicación. Al margen de esta discusión, está esa sensación que sentimos los pequeños grupos humanos cuando tenemos un balón (o similar) y unos contra otros debemos trasladarlo hasta un lugar. Un juego que tiene varias virtudes: podemos jugar muchos, sólo hace falta terreno para correr y algo para patear (no hacen falta redes, raquetas, ni lugares techados) y quizás su mayor secreto: verlo es mucho más fácil que jugarlo. Así, toda una multitud puede, desde su sofá, criticar una jugada, convencido que cualquiera (incluso ellos) la hubieran resuelto mejor.
Estiramos un poco, calentamos un instante, en seguida nos hacemos de un balón que comenzamos a pasarnos mientras le nombro sus películas anteriores pero él lo pisa y aclara:
«Debo decirte que cuando acabo una película no la vuelvo a ver. Si acaso algún fragmento por la televisión si acaso me las encuentro zapeando. Así que tengo un recuerdo parcial y nebuloso sobre todas ellas. Cuando las reviso sólo veo los errores. Es lo malo de hacer películas, que las tuyas no tienen gracia para ti.»
Muchas veces me imagino a Alberto Rodríguez igual de pragmático dirigiendo, es muy preciso, tiene una visión completa del campo y sabe definir muy bien una jugada, por eso tiene claro que El factor Pilgrim es «una película hecha por unos jovenzuelos que rodaban como salvajes y que se pudo hacer porque no sabían que no podían hacerla. Creo que conserva la frescura de lo hecho sin complejos y con mucho amor al cine».
Dicen que un buen compañero es quien te hace un buen pase, quien te da el balón en los pies, por eso es bueno entrenar, por eso es importante jugar juntos, quizás es el secreto de El traje, «la autoescuela de esos mismos salvajes. De pronto entramos en un sistema de trabajo profesional, con horarios, limitaciones y reglas. Fue la película en la que aprendimos a trabajar en cine. Era una película sencilla con cierto aire naif, pero tengo un buen recuerdo de algunas secuencias».
Los primeros toques del partido son suaves, nunca discutimos quién da el puntapié inicial, es una serie de pases imprecisos, pero poco a poco empezamos a entrar en calor. Así empiezan a hilvanarse las primeras jugadas y empiezan a peligrar los arcos, un balón pega en el larguero, una gran jugada se disfruta tanto como un gol. Algo así pasó con 7 vírgenes «fue la película que quizás más he disfrutado rodando, teníamos a un grupo de chavales que no habían hecho nada que tuviese que ver con el medio pero tenían unas ganas terribles de hacerlo bien. Fue una película que me dio grandes alegrías y la primera vez que hicimos público de verdad, tuvo un millón de espectadores y los dos protagonistas ganaron premios importantes, la Concha de Plata y un Goya. Sigo guardando un recuerdo maravilloso de esa película». Alberto sonríe aunque el balón se vaya al córner. Una buena jugada, desde atrás, con muchos pases y un objetivo claro. Cuando uno juega en su equipo se acostumbra a recibir instrucciones precisas, «tú tira de primera», «eso mismo pero hacia el arco», le fastidia recibir faltas pero se resigna ante las inevitables. Algo así le pasó con After, «fue una película sin suerte». Después del éxito de 7 vírgenes pensaron que no tendrían problemas de hacer la siguiente y tardaron casi 5 años y tres guiones en volver a rodar. Fue una película hecha a partir de la frustración tratando de usar lo peor de sus mejores amigos. «A pesar de todo estoy muy orgulloso de haberla hecho y creo que los actores hicieron un trabajo estupendo», dice y saca de banda.
A medida que avazan los minutos el partido se pone bronco. Dicen que la diferencia en la forma de jugar de los profesionales tiene que ver con la efectividad. Algo en el partido se pone serio, algo que tiene que ver con la magia de este juego nos obliga a querer que el balón se hunda en la red. Lo mismo sucedió con Grupo 7. «Fue el primer thriller o mejor dicho, la primera película de género negro que hicimos. Recuerdo el rodaje por agotador, era una película muy física. Fue estupendo trabajar con todos los actores y creo que se dejaron la piel en el rodaje. Estoy muy contento con algunas secuencias de acción de las que hicimos. Era una película que mostraba la otra cara de los fastos del 92. Podía haberse tratado de cualquier otro gran evento, la historia sería la misma».
Estamos cansados. El sudor nos empapa las camisetas. Podemos adivinar las agujetas de mañana. Otra serie de pases, el balón sale, un córner. Todos nos aglomeramos en el área, Alberto espera en el punto de penal. La intento despejar y le cae en los pies, no lo duda y fusila al portero. El primer gol es inevitable, parece haberse gestado desde el comienzo, algo así ocurrió con La isla mínima, la película que más alegrías les ha dado. Ha sido un éxito de crítica y público y se ha estrenado en multitudes de países. Sin embargo el rodaje fue durísimo, Alberto pasó enfermo casi la mitad del mismo. «Fue un gusto rodar en plena naturaleza, pero también fue muy duro». Como todas las jugadas uno las hace con las mejores intenciones y nunca se sabe que va a ocurrir con ellas. La isla Mínima es de momento la película con más suerte de las que ha hecho pero como buen padre las quiere a todas por igual. Es muy difícil explicar un gol, uno a veces escucha balbucear a los jugadores pero los comprende. Uno nunca sabe como metió un golazo. «Creo que era más importante el río subterráneo que la recorría que la trama de la investigación. Tuvimos miedo que no se leyera, pero al final llegó nítido al público».
Rara vez hacemos un descanso. Pero hay un lesionado. Se para el juego. Aprovechamos para hablar de la película del presente: El hombre de las mil caras.
«El hombre es de todas las películas que he hecho la más ficcionada, quizás porque partíamos de un texto periodístico o quizás porque era una historia real. Ha sido una película compleja de hacer, con localizaciones en diversos países y muchos viajes. Es una película extraña porque creo que es difícil de adscribir a un género concreto. Eduard Fernández, uno de los protagonistas, cuando la veíamos en San Sebastián me decía: es buena, es muy buena… pero qué rara es…»
¿Qué es lo que más te complace del resultado?
«Pienso que lo fundamental es haberla hecho, es también un encargo, la primera vez que hacíamos una película por encargo.»
¿Y las principales barreras?
«Lo más difícil de El hombre de las mil caras ha sido la fase de documentación porque, a pesar de ser un caso que se siguió durante un año de manera muy exhaustiva, la documentación era muy contradictoria. Lo más difícil fue llegar al momento en el que tomamos la determinación de que lo más honesto que podíamos hacer era ficcionar la película, crear una teoría más sobre los hechos.»
¿Qué te gustaría que pasara?
«Me gustaría que la película encontrara público porque para eso está hecha. Es una película abierta que creo es muy entretenida y está hecha para que el público la disfrute. Distinto es que a la salida se vayan con unas cuantas preguntas a casa, eso ya sería objetivo cumplido.
Ya estoy satisfecho con haberla acabado, era una película muy difícil y un proyecto maldito que habían encargado con anterioridad a otros directores como Uribe y Urbizu. Que hayamos podido hacerla es ya todo un logro.»
Miramos el reloj. Estamos en la mitad del partido. Una de las cosas bellas del fútbol es que valora los minutos. Es uno de los pocos eventos donde se evidencia que el paso del tiempo modifica los acontecimientos. Recuerdo que una vez le pregunté a Alberto por cuál película inconfesable (por lo mala, comercial o bizarra) le gustaría hacer para un remake, y me dijo:
«Alguna de ciencia ficción que otra, me gusta mucho ese género, aunque pueda parecer lo contrario. Una película que me llama la atención es In time, pero es muy reciente, habrá que esperar 20 años al menos para hacerla». Lo recordé y miré el reloj, el paso de los minutos, una imperceptible cuenta regresiva de nuestra vida.»
Nuestro compañero lesionado mira con preocupación su rodilla. Alberto me dijo que le hubiera gustado dirigir La invasión de los ladrones de cuerpos. El tiempo en cierta forma es eso, un invasor, «un asesino que mata huyendo» como dice el filósofo Paiva.
Voy a saludar a Rafael Cobos, suele ser el otro portero, le pregunto por qué no se cambia, ni siquiera va a quedarse, está sumergido en los guiones de los seis capítulos de La peste, será una gran serie de televisión. Darán un salto al pasado, una época en que de golpe se moría más de un tercio de una ciudad, llena de extremos, de riqueza, de miseria. Rafael parece agotado de viajar cada día hacia allí, pero entusiasmado con una historia que promete hacer historia. Imagino su pantalla en blanco el día cero de ese proyecto. El increíble y nunca suficientemente reconocido trabajo del guionista. Viviendo un mundo paralelo mientras nosotros nos preparamos para este.
El caso es que Alberto Rodríguez, desde hace muchos años, se reúne a jugar al fútbol con un grupo de amigos. Un día laborable, después de una jornada de trabajo. No sólo hay algún actor, o poetas, escritores y técnicos de audiovisual, también son de otras profesiones no artísticas pero que tienen algo en común, les gusta jugar juntos a la pelota. Dos equipos, una pequeña contienda sin cuartel salvo una noche donde nos pasamos unos cuantos Goyas para hacernos fotos.
«Me gusta jugar porque durante el rato del partido me olvido de todo. Aunque reconozco que cada vez me interesa más el tercer tiempo», dice Alberto y se para en el medio del campo, un hacedor, un armador de juego que si algo tiene, es que le gusta meter goles y cada tanto hablar del séptimo arte.
¿Te atrae algo de Hollywood?
«Quizás lo más atractivo de Hollywood es que garantiza que tu película se verá en todo el mundo. Por lo demás creo que es un mundo complicado y que me resulta un poco ajeno.»
¿Cuáles son tus directores favoritos y porqué?
«Hay muchos directores que me gustan. Siempre digo que soy mejor espectador que director. Diré unos cuantos: Ford, Hawks, Saura, Buñuel, Winterbottom… Fundamentalmente admiro la coherencia, eso es lo que hace bueno a un director, aunque a veces esta se encuentre en el caos.»
¿Y de un actor/actriz?
«En ellos y ellas lo que más tengo en cuenta si vamos a hacer una película juntos, es su energía y su capacidad de trabajo.»
¿Cuáles son las fortalezas y debilidades del cine español?
«La fortaleza es que hemos abierto el abanico de la oferta de nuestras películas de manera amplísima. El espectador de cine español puede encontrar todo tipo de películas en el cine que estamos haciendo hoy en día, todo tipo de géneros, de temáticas, cine de autor, thrillers, negro, dramas, comedias…
La debilidades principal es que tenemos una industria raquítica y siempre en crisis. Por otra parte, que no terminamos de conseguir que el público vea nuestro cine sin perjuicios debido a ciertas ideas falsas que se han dedicado a propagar sobre la realidad de nuestro cine. Aunque esta segunda cuestión creo que vamos superándola poco a poco con evidencias».
Estamos de pie, esperando que el partido se reinicie. Aunque no juega en mi equipo no resiste decirme, sin que nadie escuche: «Hay una jugada muy tonta que te hace perder muchos balones que es cuando la esperas de espalda en vez de mirar al arco». Recibir ese tipo de instrucciones me proyecta a lo que sentirá uno de sus actores. Es un gran consejo, no todo el mundo sabe dar un buen consejo.
¿Qué le dirías a los jóvenes cineastas, a los que recién cogen una cámara?
«Me parece que hay tres maneras de aprender: viendo películas (y pensando mucho sobre ellas), leyendo y rodando. Lo que sea, no tiene que ser desde el principio una historia ficcionada. Se trata de aprender a contar con imágenes.»
¿Qué te inspira para una película? ¿Cuándo te das cuenta que hay una historia para ser filmada?
«El tema puede partir de cualquier parte de una foto, de un artículo de periódico, de una situación concreta que observo en la calle.
Generalmente empiezo a atisbar que hay una película detrás de un tema concreto cuando despierta mi inquietud, cuando me provoca una reflexión. Si me lleva a preguntarme cosas…»
Hay directores con fama de tiranos, la tuya es opuesta a eso. ¿Cuál es el secreto del trato con diversos actores, actrices y técnicos?
«Creo que mi trabajo consiste en poner de acuerdo a un equipo y que todos estemos contando la misma historia. Es un trabajo basado en la comunicación y el entendimiento. Mejor tomárselo relajado, ¿no?…»
¿Se parecen jugar al fútbol y dirigir?
«Se trata en ambos casos de hacer un trabajo en equipo y remar todos en la misma dirección. ¡Se parecen mucho!»
Entonces uno de nosotros toma el balón y lo pone en el círculo central. Los claros de ponen de un lado, los oscuros del otro. Alberto Rodríguez se acerca a Gervasio Iglesias, le susurra algo, alguna estrategia de ataque seguramente. En la charla con Gervasio le pregunté qué película le gustaría producir y me dijo: «Tengo muchas ganas de una de ciencia ficción». Alberto me contestó algo parecido. Me pareció adivinar su próxima jugada.
Miro a los nuestros. Está parejo. Será difícil. Queremos empatar. Sacan ellos y pasan el balón hacia atrás. Alberto la tiene en los pies, hace un gesto imperceptible y mira hacia adelante. Todos corren. Ahora sí, empieza la batalla. ■