A una hora tan torera como las 5 de la tarde, llegamos al estudio de Fernando Alda, situado en una zona de Sevilla con un nombre tan inspirador como El Porvenir. El estudio se encuentra rodeado de grandes caserones que forman un barrio que comenzó a construirse a principios del siglo XX, algunos habitados y otros tan abandonados que te invitan a crear historias mientras paseas frente a ellos.
Pasamos al estudio y Fernando nos recibe con té, galletas y música de jazz. Una luz vespertina inunda el espacio y se irá haciendo cada vez más suave y fotogénica conforme avance la tarde.
Fernando Alda es fotógrafo de arquitectura pero también hace fotografía con arquitectura. Estos dos conceptos hacen que viaje continuamente y que a su vuelta desee permanecer en su estudio todo el tiempo, de ahí que este conserve la comodidad de un hogar.
Durante la entrevista la música de jazz no deja de sonar, y la voz de Fernando – suave, grave y con un acento propio de fuera de Andalucía- comienza a formar parte de la música, a la que también se unen el sonido del obturador de la cámara de Miguel Jiménez, quien me acompaña.
¿El fotógrafo nace o se hace?
Supongo que se hace. Se hace y se crece, no sé. Yo creo que no nacemos con nada, lo construimos; por lo menos yo me he construido así.
¿Te construiste fotógrafo o fueron otras cosas las que te llevaron a dedicarte a la fotografía?
Llegué a la fotografía buscando de qué vivir para poder dedicarme a la pintura. Yo solo sabía una cosa, y es que por mi condición de fracaso escolar no iba a poder vivir de una carrera ni de nada de esto, entonces lo que sí quería era vivir del arte: quería ser pintor, quería pintar y cuando me planteaba vivir, tenía que buscarme resolver mis necesidades básicas de la forma más rápida posible. Entonces, para poder seguir pintando, necesitaba poder dedicarme a algo que me diese unos ingresos y ahí fue cuando me planteé ser fotógrafo.
Yo no quería vivir de algo convencional; me hubiera gustado ser pintor, pero pintaba fatal. El fracaso fue intentar entrar en Bellas Artes en Madrid, cuando todavía no era una carrera universitaria y se presentaron más de 600 personas para 80 plazas. Mi madre me dijo “hijo, tú pintas bien, pero la gente aquí viene a por un título y tú vienes a aprender”. Comunicaron que iba a ser carrera universitaria y se presentó gente que incluso tenía academia, para poder tener un título y ser profesor universitario. Ahora en Bellas Artes entra cualquiera que tenga nota, pero entonces era mediante una prueba de acceso.
Como fotógrafo, ¿qué tipo de trabajos hacías?
Empecé haciendo bodas. Yo tenía un abuelo en Écija que era el artista local. Tenía una especie de estudio de pintura, él era pintor y acabó haciendo lo mismo: vivía de la fotografía. Pero nunca me condicionó mi abuelo para ser fotógrafo o para pintar, yo vivía al margen de él: yo en Aranjuez, él en Écija… no fue una persona muy presente en mi vida. Sin embargo cuando llegué a los 22 años y mi madre andaba realmente asustada porque no sabía de qué iba a vivir su hijo, me dijo: “¿por qué no te vas a Écija y ves si te gusta lo de la fotografía e intentas también pintar?” Me marché allí y empecé a trabajar, con la suerte de que a los dos o tres años encargué un proyecto de arquitectura de un estudio a unos arquitectos y me permitieron pagarlo con fotografías de sus obras. Ese fue el contacto con la arquitectura y fue el momento en que vi también la posibilidad de especializarme en algo diferente a las bodas y poder vivir de algo creativo y, al mismo tiempo, documental. Creo que la fotografía de arquitectura tiene un doble valor -por lo menos es lo que yo he descubierto en este tiempo- y es que el arquitecto valora tanto o más lo que tú puedes aportar a la construcción, ya que él descubre su propio trabajo, su proyecto, más que con la fotografía que se esperaría de mí o de cualquier fotógrafo sobre un edificio. Es decir, hay una fotografía que es puro documento: tú llegas, te plantas delante de él y dices: “este es el alzado, esta es la puerta, esta es la primera planta, esta es la segunda…” esas fotos están muy bien, pero esas fotos son iguales en todos, todos podríamos hacerlas. ¿Dónde está digamos, la aportación del fotógrafo? Pues está en aquellas imágenes que pueden sorprender al propio autor del proyecto, aquellas fotografías que son inesperadas.
¿Qué tipo de fotografías son?
Generalmente son partes del edificio, pequeños trozos, abstracciones… yo las suelo llamar arquitectura inventada, porque no cuentas el edificio, lo transformas, apoyado en una cuestión física de las lentes. Deformas determinadas partes y vas convirtiendo unos planos que están por unos lados o que están por otros, en algo diferente, a veces en algo irreconocible dentro del propio proyecto, pero que está ahí. No sé, no es algo que manipules, no es algo hecho con Photoshop, simplemente, yo sé que si me meto debajo de un vuelo y lo hago de manera concreta, utilizando una determinada lente, ese vuelo va a tomar un protagonismo que en la realidad no tiene, y voy a jugar con él para componer una imagen que me permita hacer algo atractivo, que me permita vender el edificio como el arquitecto espera que yo se lo venda.
¿Qué tendencia está hoy más en alza en fotografía de arquitectura?
Lo que está de moda ahora mismo es arquitectura en uso. Pero ocurre que no es lo mismo fotografiar en Holanda que fotografiar en un pueblo pequeño de España. Te pongo el ejemplo de un centro de salud: si hago el encargo en Holanda, me encontraré muebles nuevos y un personal joven y fotogénico. Esto me va a permitir hacer unas fotografías estupendas, pero si me voy a un pueblo de aquí, y en el centro de salud nuevo han colocado los muebles del antiguo y tengo allí un señor con pocas ganas de fotos, pues bueno, esas fotografías no me van a ayudar a venderlo. Esta es la diferencia con toda esta tendencia que nos viene dada de los países nórdicos.
Y antes de toda esta búsqueda, ¿qué querías ser de mayor?
Ni idea. Me obligas a hablarte de esta etapa de mi vida, no muy agraciada. Yo hasta los trece años fui un buen estudiante, lo mío con los problemas de los estudios surge a la llegada de cuarto de bachillerato. Quiero decir, hay una transformación en mi vida en la que yo sacaba todo notable, sobresaliente y demás, pero era infeliz. Entonces, con trece o catorce años, me di cuenta de que los chicos guays de los institutos eran los que no estudiaban, los deportistas. A partir de ahí lo único que no hice fue jugar al fútbol, practiqué todos los deportes menos ese, pero oye, fue un éxito, pero a costa de dejar los estudios y de dejarlo todo. Lo único que no dejé fue la escritura. Yo escribía poesía, pero lo hacía por un déficit de atención que me impedía concentrarme en los libros. No podía leer un libro normal, era imposible. Perdí la concentración totalmente, entonces leía y escribía poesía; ganaba los concursos literarios de los institutos, pero suspendía la asignatura de literatura. De verdad que no tiene explicación, no puedo estudiar. Pasaba cinco horas diarias sentado delante de los libros por obligación y te puedo asegurar que no leía ni dos párrafos.
¿Entonces escribías?
Escribía y me evadía
¿Y sobre qué escribías?
Escribía poesía, escribía sobre mi pueblo… He ganado varios concursos literarios sin presentarme, porque yo me dedicaba a escribir y mandaba las cosas a amigos. Tenía un amigo pintor que cogía los poemas que yo le mandaba mientras estaba en la mili y él los presentó a un concurso; me dijo “oye, que tienes que ir a recoger un premio”. Pero sufría un montón, nunca me ha gustado leer en público. Luego mi hermana me hizo lo mismo y fue ella a leerlo. Todavía me lo recuerda.
Pero sintiéndote tan alejado de los libros, ¿cómo empiezas a leer y escribir poesía?
Bueno, yo estaba dentro de un colectivo de mi pueblo donde todos eran mayores que yo, todos maestros que ya estaban trabajando, con medios económicos y yo tenía 18 años, pero me llevaban de galerías a Madrid y a todas partes. Ellos escribían y yo no sabía lo que quería ni qué podía hacer en mi vida, pero quería estar en ese mundo.
¿Cómo fue la llegada a Écija?
Yo viví una jubilación anticipada de 5 años en Écija y fue terrible. Allí no había ni cine. Fue la época de la crisis: llega el video y desaparece el cine. Llega también el invierno y todo el mundo se viene a estudiar a Sevilla, y allí nos quedamos cinco mataos. Para salir de Écija yo venía en autobús a Sevilla, sin autovía. Era un autobús que cuando se vendían las 45 plazas que tenía, se vendían 10 más, daban una sillita de rafia que se ponía en el pasillo y venían 10 tíos sentados así. Que no era África, cuidado, estamos hablando de España; que cuando llovía íbamos con los paraguas abiertos dentro del autobús. Ese era el panorama de Andalucía en el año 81.
Y en ese momento en Sevilla, ¿qué ambiente cultural te encuentras?
Pues yo venía a Sevilla y me quedaba en el piso de un amigo que era pintor. Íbamos a ver exposiciones y eso, estaba bien. En Sevilla encontré sobre todo pintura. Mis referentes hasta hace muy poco eran pintores, nunca he sido una persona integrada en el mundo de la fotografía.
¿Aquella ciudad se parece a la de ahora?
No. Sevilla era una ciudad de posguerra en los 80. Yo pasaba con el autobús por Carretera de Carmona, llegabas a la Ronda, cogías Torneo y llegabas a la Estación de Cádiz, Chapina y todo eso… era increíble. Toda esa zona de Chapina con los hornos de ladrillo, ese humo… lo recuerdo perfectamente.
¿Cómo le explicarías a alguien que no lo conoce cuál es el trabajo de un fotógrafo de arquitectura?
Lo que hace es documentar la obra de un arquitecto; yo me considero un fotógrafo documentalista. Creo que la fotografía de arquitectura es aquella que tiene a la arquitectura como fin último, que no utiliza a la arquitectura como vehículo para hacer la fotografía. Es más difícil hacer fotografía de arquitectura que fotografía con arquitectura. Cuando hago fotografía de arquitectura el proyecto es el objetivo y ahí muere. Mi fotografía está documentando eso y está entregada a eso, a contar un proyecto lo mejor posible. Otra cuestión es cuando utilizo la arquitectura como vehículo, como los proyectos de La poética del esqueleto o La memoria de lo imaginado, pero eso no es fotografía de arquitectura.
¿Recibes encargos de otro tipo?
He hecho mucho tiempo fotografía de infraestructuras, como en el caso de Metro de Sevilla. Ahora tengo que fotografiar el metro de Granada, que se inaugura en abril.
Cuando haces fotografía de arquitectura y fotografía con arquitectura, ¿de qué manera se influyen? ¿Cómo surgen proyectos como La poética del esqueleto o La memoria de lo imaginado?
Nace de trabajos de encargo en los que yo disfruto más con el edificio en construcción que con los proyectos acabados. Me parecía más interesante, más atractivo, más poético si cabe, y eso ocurría porque era una arquitectura en tránsito. Además, siempre me ha gustado el hecho de ver algo que nadie más va a poder a ver, y eso sucede con los edificios en construcción. Uno sabe que después eso se va a compartimentar, le van a añadir cosas y se va a convertir en un espacio diferente. Eso que ves va a desaparecer, es efímero, pero tiene una carga muchas veces poética, que a mí me gustaba muchísimo. Recuerdo, por ejemplo, los andamiajes del Metropol Parasol, que me parecían una cosa maravillosa. La poética del esqueleto surge de la observación de esos sitios y de la emoción que me suponía entrar en ellos y ver esas cosas. Y luego volvemos al inicio, porque al final todo se repite. Las referencias en la pintura, por ejemplo: todas las superficies que aparecen con esas manchas de colores, para mí eran cuadros, todos esos andamiajes para mí eran fotos y cuadros de otra gente. Yo veía allí cosas de pintores y de otros fotógrafos. Pero al final es eso, ¿no? Es un espejo roto más de nuestro pasado, está ahí, no es gratuito, no todo es una casualidad. Todo está en nuestra memoria y al final surge.
Muchos edificios acabados no valen nada, y cuando estaban en construcción eran buenísimos.
¿Utilizas las redes sociales como herramienta de difusión?
Utilizo Instagram y también Facebook.
Cuéntanos algo sobre tu próximo proyecto.
Bueno, tiene un título provisional: se llama De ese helado optimismo. Surge porque quiero pensar que la adolescencia, infancia y todo eso, es una época optimista, pero yo quiero contrarrestar todo ese optimismo metiéndole la palabra helado, como que yo no veía futuro. Si hay una etapa de mi vida a la que yo no volvería jamás es a mi adolescencia. Fue muy complicada, porque si tú eres un niño normal, entendiendo por eso que se ajusta a las expectativas de tus padres y de toda la sociedad, pues no pasa nada, pero si tú eres diferente, con la connotación que eso tiene, ni buena ni mala, pues simplemente eres un niño con cierta problemática y entonces eres una persona muy infeliz. Supongo que estaré volviendo a esto porque necesito volver al diván yo solo y revivirlo, asumirlo, contarlo…
¿Cómo habéis evolucionado tú y la fotografía de arquitectura en todos estos años?
Pues con la llegada de las nuevas tecnologías y las cosas nuevas que aporta la gente, está evolucionando continuamente. Pero yo sigo creciendo, me doy cuenta de que aprendo cosas nuevas en el día a día y me gusta además, me siento en cierto modo orgulloso de mí mismo, de ser capaz de aportar cosas y de aprender. Por otra parte yo soy muy lento en el aprendizaje, además he sido autodidacta. Lo que yo sé se aprende viendo a una persona trabajar dos meses. Lo que yo sé lo he aprendido a base de golpes. Hice un curso básico de fotografía en Madrid, del que no recuerdo absolutamente nada y de hecho ni lo acabé, y cuando llegué al estudio de mi abuelo había una cámara de madera. Él era uno de los fotógrafos del pueblo. Entonces el estudio fotográfico se abría siete días a la semana, porque los sábados y los domingos los soldados se hacían las fotos para enviárselas a las novias y las parejitas se fotografiaban. Entonces yo dije «esto tiene que cambiar”, e introduje la cámara de medio formato, puse flashes y lo primero que hice fue reunir a los fotógrafos locales y decirles “señores, los sábados y domingos se cierra”. Pero aquello fue un drama, que cómo se iba a cerrar si eran los días que la gente se hacía las fotos…
¿Y después de tanto trabajar en el extranjero, cuando aquí quieres escaparte, a dónde vas?
A Aranjuez y estoy allí sólo. Y cuando estoy en Sevilla también estoy solo, no soy una persona social, cuando no tengo trabajo vengo aquí y me dedico a mis cosas. Todos buscamos en el fondo nuestra felicidad.
¿Cómo es tu relación con la fotografía en el día a día?
Yo sólo hago fotografía cuando salgo a hacer fotografía. No soy un street photographer, no voy por la calle buscando fotos, no tengo nada que buscar. Si salgo voy con la cámara y el trípode, y sé lo que voy a fotografiar. Mi forma de hacerlo está basada en el proyecto, si no tengo proyecto, no tengo fotos. Tampoco suelo mirar fotografías ni comprar libros de fotografías para ver fotos. Compro libros de texto, intento leer cosas que me ayuden a entender lo que ya hago. El año pasado sí que estuve en un taller de un fotógrafo, que me gustaba mucho. Ahora tengo una cámara que me permite algo más, pero no suelo hacer fotografías en la calle, he perdido ese hábito que durante un tiempo tuve, como todos. Y cuando doy algún taller de fotografía o algo a la gente, sí les digo que fotografíen desde lo cotidiano, pero por un ejercicio de ver aquello por lo que se pasa de una forma superficial. Nosotros hacemos recorridos diarios de un sitio a otro, viendo pero sin mirar, y entonces les pongo como ejercicio detenerse y observar detenidamente las cosas que hay.
¿Cuál es la situación actual de la fotografía en España?
Pues yo creo que es estupenda. Opino que hay muy buenos fotógrafos, la gente hace muy buenas fotos, incluso con el móvil. Otra cuestión es cómo sale esa fotografía a la luz. Me parece que aquí son las instituciones son las que están fallando.
A lo largo del día una persona media ve decenas de fotografías a las que por lo general dedica menos de un segundo de su tiempo. ¿Afecta esto a la percepción de la fotografía en su aspecto artístico, por ejemplo una exposición?
De base, todo afecta. Somos una esponja, todo nos entra. Ahora, que esté en desacuerdo con el sistema actual de consumo, pues sí, totalmente. De una forma consciente o inconsciente, todo afecta. Pasamos demasiado tiempo enganchados a ordenadores, teléfonos… es una pérdida de tiempo brutal. A mí me llevan los demonios, porque muchas veces no te das cuenta, entras en Facebook, te pones a mirar y dices “acabo de perder media hora”. Yo voy a los estudios de arquitectura y veo a la gente en los ordenadores y con el móvil al lado. No sé por dónde van a ir las cosas en el futuro, pero esto tiene que cambiar, no podemos seguir así; hay una falta de concentración en lo que se hace.
Hace unas semanas leía un artículo sobre la velocidad a la que se editan libros, en una pelea constante por rellenar la mesa de novedades en las librerías, ¿existe un consumismo cultural?
Surgen libros pero no significa que surjan lectores. De hecho, cada vez hay menos librerías. Hay un consumismo que, si entras en internet, hay muchas frases, muchas referencias, pero dudo que la gente lea libros. Mi mujer es profesora de universidad, y la gente cada vez llega escribiendo peor, hablando peor, con menos vocabulario… es un desastre. Éste problema que tenemos actualmente es de base, de establecer prioridades, y una prioridad fundamental sería que la carrera de magisterio fuese la carrera más importante del sistema educativo, que dejasen de entrar todos los que no tienen nota para entrar en otro lado. Que seamos como Finlandia, esa es la solución. Y que dentro de unos años tengamos unas generaciones mucho más preparadas, porque algunos no saben hacer ni un comentario de texto, y eso es porque no leen, o porque el sistema educativo no les ha dado las pautas para aprender a leer. Yo veo ahora a mis hijos y, a día de hoy, lo que les piden leer es Garcilaso, Don Quijote… eso está muy bien, pero lo tiene que leer una persona cuando sea maduro y tenga el cerebro bien estructurado. Tienen que ofrecerles cosas más interesantes. Yo cuando alguien me pide referencias de libros, les digo los que a mí me ayudaron. Con 17 años leí Cartas a un joven poeta de Rainer María Rilke y me cambió la vida. Cada carta me permitía concentrarme, con una me valía. Igual con Herman Hesse… Demian me pareció una maravilla. Pero mi hijo por ejemplo no lee, dice que no tiene tiempo, y es verdad. Entonces, ¿dónde están las referencias? Todo está en los libros.
¿Qué estás leyendo ahora?
Leo muchas cosas: me gusta mucho Valente, Francisco Pino, Ángel González…
En tu exposición La poética del esqueleto se habla de esa belleza que aparece por sorpresa. ¿Hay que saber mirar para poder apreciarla?
Hay que tener una cierta disposición. Había un poema en esa exposición que se llamaba El acompañante necesario y un poco hablaba de eso. Tienes que tener un estímulo, una disposición a ver, a encontrar, a sentir, a percibir las emociones, es un ejercicio diario. Yo creo que sí, que hay que estar abiertos, es una actitud también. A lo mejor ser más positivos, intentar disfrutar de lo cotidiano, de la rutina, que un traslado a tu puesto de trabajo se convierta en algo especial. Yo creo que los estados emocionales se pueden manejar, y eso te ayuda.
¿Hay algún trabajo al que le hayas tenido especial cariño?
Con el último, siempre con el último. Yo creo que a los demás proyectos les tienes cariño, pero no es del que estoy enamorado, que es el trabajo actual, con el que necesito estar ilusionado, emocionado. El otro día estuve enseñándole uno a una gente. Que se quedasen luego allí hablando, que te contasen lo que habían sentido, visto… es muy emocionante. Yo me considero un fotógrafo de las emociones, no sé trabajar desde el intelecto. Me cuesta mucho, no soy una persona preparada intelectualmente para dotarlo de una retórica maravillosa que envuelva todo, es mucho más simple y sencillo; trabajo desde las emociones en los dos aspectos, en la fotografía de arquitectura y la fotografía con arquitectura.