Comenzamos y terminamos esta entrevista mientras Tolo Parra liaba un cigarrillo con delicadeza y en silencio. Sus fotografías hacen que descubras cosas de ti que no sabías, a la vez que sirven de medio de transporte para preguntas que todos (o casi todos) nos hacemos.

Mientras charlábamos, sentados en el borde del maletero de su furgoneta, los aviones pasaban muy cerca de nuestras cabezas, haciéndonos parar la conversación y creando así una pausa que captaba aún más mi atención.

El calor de mayo, las canciones que sonaban de repente pero que parecían preparadas, junto con las ganas de viajar, descubrir y dejarse llevar por la vida que transmite Tolo, despertaron una interrogación en mi cabeza, como sólo el auténtico artista puede hacerlo.

¿Cómo empieza todo?

Pues como un juego. De pequeño me regalan una cámara y en fin, sigo haciendo lo mismo, es una prolongación del juego.

¿Y tiene límite?

De momento no.

El fotógrafo sevillano, ¿tiene que salir fuera?

Los fotógrafos decimos que estéticamente Sevilla es una ciudad muy manida para hacer fotos, que es mucho de estampitas, de postalitas, pero todo tiene su punto, depende de cómo lo mires. Pero está bien salir, está claro. Ver formas distintas de trabajar, de proceder.

¿Cómo te ha enriquecido a ti esto?

Mi trabajo básicamente es viajar, yo baso mi fotografía en el viaje. Tiene 2 pilares fundamentales, el viaje y la soledad, el estar solo con uno mismo, todo lo que surge, todo lo que encuentras en ese viaje, esa es mi base.

Tolo Parra - Maasa Magazine

¿Qué aparece primero, la idea o el viaje?

Va primero el estado, el previo a decir bueno, me voy a ir a hacer una ruta de una o dos semanas. Con eso ya te vas asentando un poco en la idea que quieres conseguir.

Una vez que te embarcas, eres presa del viaje. No soy de coordenadas o rumbo fijo, sino más de ir por una carretera y de decir “por aquí me meto, a ver a dónde llego”. Ahí es donde yo encuentro un buen trabajo.

El paisaje es un sentimiento, un estado que se traslada después, en la búsqueda física, a un paisaje físico.

¿Campo o ciudad?

Me da igual. Yo trabajo mucho la periferia. Para mí es el límite de la sociedad, donde el hombre vuelve a ser salvaje, sin las herramientas de comodidad o los grilletes de la sociedad moderna, sino teniendo que sobrevivir.

¿Cómo trasladas esto a la fotografía? ¿Qué tipo de lenguaje utilizas para que el público lo pueda percibir?

No me preocupa mucho si el público va a entender o no lo que yo voy a enseñar, no salgo a disparar con eso. Yo salgo a ver, a disfrutar, a empaparme con lo que veo.

¿Qué símbolos son propios de tu trabajo?

El desasosiego, la melancolía, la distancia de uno mismo. Yo utilizo el paisaje como un autorretrato. Si cojo mi archivo y empiezo a ver fotografías de hace 6 o 7 años, puedo saber cómo me sentía en ese momento por los paisajes que fotografiaba. A mí me dicen “tú haces no-lugares”. Pero yo no hago “no-lugares”, a lo que yo hago lo llamo “paisaje existencial”, responderte a ti mismo preguntas internas mediante el viaje, la soledad y el comulgar con lo que estás viendo.

Tolo Parra

Tolo Parra

 

¿Estos sentimientos son positivos o negativos?

Para mí pueden ser positivos. El existencialismo no tiene por qué ir unido a la decadencia o la decrepitud. Puede ser también una nueva forma de crecimiento, una nueva fórmula de vida.

¿Fotografías la felicidad?

A mí la belleza en lo que veo se me suele presentar siempre de una manera muy cruda, es decir, no es nada bello en el sentido que todos podemos entender como bello, sino que puede ser decadente, reflexivo, melancólico… por eso siempre elijo luces crepusculares o atardeceres, casi en ninguna de mis fotografías hay presencia humana, como si todo hubiese acabado.

¿Por qué te parece más atractiva la parte de atrás de una señal de tráfico que un cuerpo humano?

Porque es un icono donde todos nos podemos ver reflejados en determinadas circunstancias. En mi fotografía no hay una narración clara o una descripción a grandes rasgos, sino algo que para todos tiene sentido pero que a su vez, para todos tiene un sentido distinto.

¿Esa misma simbología puede hacer que se reconozca tu trabajo?

Exacto. Con el paso del tiempo y mirando archivos, te das cuenta de que algo predomina mucho y ya lo aceptas como línea personal.

¿Has tenido que renunciar a algo?

A casi todo. A una vida normal (con normal entendemos predecible, que tenga sus veranos en julio y agosto y sus descansos en sábado y domingo). Mi vida es, en todos los sentidos, bastante impredecible y bastante angustiosa en determinados momentos. Pero yo hace muchos años aprendí a disfrutarla y a vivirla así, porque además, no puedo cambiarla, es mi forma de ser. En cuanto conecto con la monotonía o con lo que la gente llama estabilidad, entro en periodos malos. Entonces es cuando me voy a hacer fotos.

Tolo Parra - Maasa Magazine

Fotoperiodista, comisario, autor, profesor…

Yo empecé ejerciendo como fotoperiodista en el 98, como una manera remunerada de seguir jugando. Por ejemplo, me permitía comprarme cámaras cada poco tiempo. La primera vez que llegué a una redacción y vi que había un cajón lleno de carretes y que podía llevarme los que yo quisiera, pensé “yo no quiero hacer otra cosa”. Así que a la vez que ejercía como fotoperiodista llevaba adelante mi línea creativa personal. Yo tuve la suerte de conocerlo cuando aún lo seguía siendo, a finales del siglo pasado. Pero el fotoperiodismo fue cambiando mucho, empecé a ver que no era más que una información patrocinada y en ese aspecto fue bastante decepcionante. La voz del fotógrafo cada vez está más disminuida y alquilada por los poderes informativos. No se respeta la veracidad del autor ni lo que él vio, sino que se le encarga lo que los demás quieren que vea. Hace un par de años decidí que se terminó esa etapa, que ya no me aportaba más, que por el contrario lo que hacía era restarme. Lo dejé a sabiendas de que tal y como estaba la situación, y más en nuestro sector de la imagen y la comunicación, no iba a volver a trabajar de una manera estable y remunerada, pero era lo que quería, lo que me faltaba para dedicarme concienzudamente y como yo quería a la realización de mi obra. Necesitaba abandonar un vehículo que hasta ahora me había servido para estar en contacto directo con la fotografía, pero que ya se había quedado obsoleto y que más que aportarme, me restaba. A la mayoría de los compañeros que yo tenía cuando empecé en el fotoperiodismo los han ido exterminando. En mi caso decidí terminar yo mismo.

¿Qué hay de ese fotoperiodista desencantado con el fotoperiodismo?, ¿ha influido algo en tu trabajo artístico?

No, porque tenía muy claro que el fotoperiodismo me ayudaba económicamente a seguir realizando mi obra. Tenía que hacer algo, mi madre me decía “tendrás que vivir de algo”, y yo decía bueno, pues algo que además me permita estar en contínuo contacto con la fotografía. Pero no hay nada de fotoperiodismo en mi obra.

¿Y qué tipos de trabajos hacías?

Pues he estado trabajando para prensa generalista, prensa deportiva… sobrevivía básicamente. Allí donde veía que hacía falta, pues probaba.

Y de estas profesiones, ¿con cuál te quedas?

Con la de autor. Sin duda. Mi función siempre ha sido la de autor, pero siempre he intentado justificarlo (y de hecho sigo haciéndolo) con un salario que me permita seguir ejerciendo esta misma función, la de crear mi propia obra. Entonces pues lo he ido alternando con todo aquello que ha ido surgiendo, sobre todo con el fotoperiodismo.

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¿Pretendes que miremos nuestro a alrededor o que nos miremos a nosotros mismos por dentro?

Sin duda. Yo lo que pretendo con mi fotografía es mirar mi interior y después eso trasladarlo al espectador. Me doy cuenta cuando hablo con gente a la que le gusta mi obra, que ocurre el mismo fenómeno, lo que ocurre en mí cuando la estoy tomando, ocurre en ellos cuando la contemplan. Es fotografía reflexiva, cargada de mucha simbología y con un mensaje que casi siempre se repite. La vida en sí es un eterno viaje y no estamos aquí para otra cosa que no sea eso, montarnos en él y soltar lastre, dejando que ese torrente de nuestro viaje personal nos lleve donde quiera. Lo que pasa es que nos empeñamos en llevar una vida muy lineal, muy orquestada, muy predecible y a mí eso me angustia muchísimo. Me agobia llegar a ser predecible. De hecho, he ido sacrificando todo este tipo de trabajos y relaciones que me han dado estabilidad, precisamente para seguir el torrente natural de mi vida.

¿Tus fotografías cuentan historias o trasmiten ideas?

Las dos cosas. Depende también del espectador y del momento de éste, porque una misma pieza hoy te puede decir “X” pero dentro de dos años te puede decir “Y”. Mi fotografía es mucho de interpretarla, de hecho termina de hacerla quien la ve. Queda abierta a que la resuelva el espectador.

¿Qué hay de ti mismo en ellas?

Todo. Es autobiográfica. Por lo tanto yo soy esa fotografía. Yo tengo una serie que se llama “No Destination” que empecé hace 7 años y que creo que no va a acabar. Acabará cuando yo termine.

Valoras mucho el trabajo artístico que hacen las mujeres y ves que ellas captan mejor tu fotografía ¿Qué hay de femenino en tu obra?

Con el paso del tiempo me he ido dando cuenta de que es verdad que me relaciono y comunico mejor con las mujeres, no sólo en la fotografía, sino en todos los aspectos. Y creo que esto ocurre porque nos manejamos en un aspecto más emotivo. La mujer se maneja mejor en una dimensión más sensitiva, más emotiva. Al hombre lo veo más cazador, más tosco. Pasa también que yo he sido criado por mujeres, por mi madre, mi tía, que era soltera y mi abuela. Mi forma de expresarme es también muy femenina.

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¿Y todo esto dónde sale?

En mi vida diaria.

Cuéntanos cómo haces una foto.

Esto es difícil de explicar porque sigue unas variables, pero si es verdad que existen dos fórmulas. La primera es que yo estoy constantemente localizando. A lo mejor voy a recoger a mis hijos al colegio, o estoy viajando y voy sin cámara, pero voy localizando; digo, por este sitio me tengo que pasar a tal hora para verlo. Y luego ¿sabes qué pasa? pues que voy a ese sitio, no hago la foto, a lo mejor porque no me termina a convencer, pero me ha llevado a otro sitio; en ese desplazamiento he visto otra cosa que me ha sorprendido. La excusa es salir siempre, estar siempre divisando, viendo, pero sin la excusa de que vas a hacer luego una fotografía. Yo siempre lo he dicho, tengo muchísima fotografía, pero las mejores fotos son las que no he hecho; las que he dicho: “¡ay! si yo tuviese la cámara…” Pero las tengo, las puedo describir: la luz, la semiótica, todo. Pero quizás por eso, por no poderlas retener, las idealicé.

Para mí las bases son el viaje y la soledad, pero también la niñez. Yo empecé con esto jugando. Recuerdo la primera vez que tuve una cámara en mis manos, fue algo que me cambió el cerebro. Empecé a hacer fotografías con 7 años y curiosamente sigue siendo la misma mirada, el mismo plano, no ha cambiado nada. Esa primera vez me di cuenta de que podía fotografiar todo aquello que yo quisiera y luego me podía llevar el papel en un bolsillo… y empecé a fotografiar la vuelta en coche los domingos, cuando íbamos al campo escuchando el futbol y yo iba viendo atardecer por la ventana. Aquello que a mí me conmovía sin cámara, con cámara decía: “yo puedo retenerlo y guardarlo siempre”. Pero es que lo trastocó todo, hasta dejé el colegio. La EGB la terminé después. Yo cogía la bici y me venía aquí, donde estamos ahora, o me iba a descampados y me metía en casas de yonkis.

Es una continuación de la niñez. El otro día fui a casa de mi madre, estuve viendo negativos y siguen siendo iguales: el plano es normal, abunda la luz crepuscular, días nublados… muy sencillo, no hay grandes despliegues lumínicos. Curiosamente yo no fotografiaba mi entorno de niño. Con el paso del tiempo me he dado cuenta de que una de mis bases fotográficas es la melancolía, que para mí es la felicidad de estar triste. El “esto es algo más de lo que nos han contado, hay que seguir buscando”. Después me saqué la E.S.O. nocturna, terminé el bachillerato, hice un ciclo superior de fotografía artística, estuve estudiando en Madrid, me apunté a algunas asignaturas en la facultad y demás.

¿Sabes qué? Por reyes pedía siempre cámaras, carretes, probetas… Con 12 años le secuestre a mi madre mi dormitorio y lo convertí en un laboratorio. Lo intervine todo: cegué las ventanas a doble papel plata, pinté de negro mate, transformé las puertas con terciopelo para que no entrase la luz… Las cosas más bonitas las he descubierto en un laboratorio; era una obsesión. Recuerdo que me metía en el laboratorio a las 9 de la mañana, después de 3 meses disparando y guardando material y luego durante una semana o dos me ponía a positivar.

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¿Sigues teniendo un cuarto oscuro?

No, ya no.

¿Y qué me dices de tus referentes?

Los tengo. No los oculto, están ahí. Pero también he encontrado muchísima inspiración en cosas previas a salir a fotografiar, como literatura, música y cine. A lo largo de los cursos mis alumnos me preguntan cuáles son mis referentes fotográficos, que son por ejemplo William Eggleston o Adam Burton. Pero curiosamente son todos personajes muy particulares. Pero siempre digo que muchas veces me he sorprendido a mi mismo cuando un literato, músico o cineasta me ha agitado una idea y me ha hecho coger una cámara, en vez de papel y lápiz o un instrumento musical. Luego voy a buscar el sitio, pero por dentro yo llevo ya el motor encendido. Esto me pasa sobretodo con la literatura. Estoy constantemente releyendo, formulando… también me gusta escribir y hacer cosillas. Acompaño mucho a la fotografía con texto, es algo que también arrastro desde pequeño. Al principio, cuando me di de bruces con todo esto, yo me decía: “espera Tolo, esto se te está escapando, porque un día descubres una cosa, al día siguiente descubres otra y no avanzas porque no te asientas”. Así que empecé a apuntar y a sacar conclusiones. Por ejemplo: la localización de ayer si la hubiera visto con una luz de atardecer hubiese ganado muchísimo. A corto plazo se volvían a leer, porque yo soy mucho de tirar de reflexiones mías, por eso las tengo que escribir. Muchas veces es angustioso, porque son muchos temas que te abordan y que al menos mi cabeza no los retiene todos y necesito releerlo.

¿Sueles ir a ver exposiciones? Cuando lo haces, ¿eres de los que desconectan de su trabajo o sale el fotógrafo-comisario por todas partes?

La verdad es que no me lo he planteado nunca.

Recomiéndanos un libro.

El Desasosiego, de Fernando Pessoa. Voy por la octava lectura.

¿A dónde huyes?

Donde no me alcancen.

¿Y es un sitio físico o psíquico?

A veces físico, a veces psíquico y a veces las dos cosas. Por eso la furgoneta…

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¿Y qué más hay en ese proceso?

Música, el estado de quietud, de soledad… de conseguir desconectar.

¿Y es algo mecánico?

Sí, ya se ha convertido en algo que controlo. Antes me obsesionaba mucho cuando se retiraban los momentos de inspiración o de conexión. Me obsesionaba mucho, porque se retiran cuando estoy mejor, es tan caprichoso, tan aleatorio… pero luego te vas dando cuenta de que todo tiene un por qué y una explicación, y para mí una base fundamental de ese proceso y de llegar a conectar conmigo mismo es estar solo. Me encanta estar perdido, en todos los aspectos. Mientras más perdido esté y menos sepa cómo salir del sitio, mejor estoy.

¿Y la imagen en movimiento? ¿Has coqueteado alguna vez con ella?

No, no encuentro nada ahí… pero sí he coqueteado mucho con el dibujo. Es como un storyboard. A veces se presenta tan abstracto lo que quiero hacer, que me ayuda muchísimo, sobre todo entre una etapa creativa y otra. De hecho, ahora estoy haciendo una serie de dibujo a lápiz y tinta. Últimamente estoy dibujando fotografías que creo que jamás haré, y dibujo eso, mi estado materializado en el paisaje. Son 4 o 6, pequeñitos, todo muy a regla, a lápiz del 0.3, porque lo que intento es que la persona que lo quiera ver se tenga que acercar tanto que se meta; y luego que busque los detallitos. Es algo así como que si no llega lo que uno espera que llegue, pues se dibuja.

¿Un viaje?

A Lisboa. La primera vez que fui fue un asalto a los sentidos, tenia sensaciones extrañas en esa ciudad, no sé si negativas o positivas. El caso es que me daba la sensación de que yo ya había estado allí y que conocía todo aquello, por lo que me impactó muchísimo. Siempre que puedo me escapo. Aparte comulgo mucho con la forma de ser del portugués, me siento a gusto con ellos, son bastante sencillos, bastante claros. La gente dice que son simples pero yo veo que son todo lo contrario. Es lo típico que la gente te pregunta “¿a qué has ido a Portugal, a comprar toallas?”. Cuando ves que un perfil de persona te dice eso, tu dices, guay, yo voy por mi camino y voy bien. Aparte, me encuentro en Portugal muchas escenas urbanas de mi niñez en Sevilla, la de antes de la Expo, que ya desapareció. No tuve posibilidad de fotografiarla como me hubiese gustado porque era un crío. Allí me encuentro esa estética más decadente, melancólica, precaria.

¿Y un rincón de allí, con el que te sientas especialmente conectado?

Es que es toda la ciudad, pero te podría decir Alfama. El centro es maravilloso. Yo siempre lo he dicho, si cumplo los 60, me quiero ir a Lisboa a morir, yo quiero terminar allí.

¿Esa ciudad es para encontrarse o para perderse?

Para encontrarse perdiéndose.

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¿Planes de futuro? ¿Qué vas a hacer este fin de semana?

Me voy a El Palmar, a hacer surf. Con el surf me he encontrado algo también guay, que me retroalimenta mucho, porque también es algo que hago en soledad. Es algo que tiene también un punto de decadencia brutal, porque cuando estás en el agua no te das cuenta de que pasa el tiempo, no miras a tu alrededor, de repente te has quedado solo, no hay nadie en la playa, empieza a atardecer, el agua se pone helada y hay como una especie de preámbulo del fin que es maravilloso. Lo hago siempre que puedo, cojo la tabla y me voy. Es una manera de desconectar de todo. Yo ahí he encontrado un triangulo maravilloso, porque el surf me obliga a viajar, viajar me hace llevarme la cámara, me obliga a estar solo, y todo se va alineando y cobra un poco de más sentido.

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