Suena el último acorde y el sonido tarda varios segundos en absorberse. Un pequeño silencio separa la sonrisa del artista que termina el concierto del aplauso. Casi dos horas antes, Lisandro comenzó cantando:
“¿Cómo estás sin ver el mar?
Es como respirar sin ser capaz”.
Rastro de percal Constelación 1
Parece una canción ideal para Sevilla en verano aunque este año, y en especial el día del concierto de Lisandro Aristimuño, no se parece en nada a cualquier otro 2 de julio. Una persona supersticiosa podría decir que el cantautor argentino trajo parte de la atmósfera de su lugar de origen. Algo del frío viento “pampero”, un poco de luz tenue, y ese silencio de las estepas poco pobladas. Una vez en el escenario los fue soltando en pequeñas dosis con forma de canciones, logrando así escalofríos, momentos tibios, pieles erizadas, ojos llorosos, bamboleos propios de un viaje. La gente aplaude la música que tarda en irse. El artista apenas habló, “si hablo canto menos”, comentó no más empezar, a nadie pareció importarle. Acostumbrado a los baños de masas, un concierto íntimo recupera la esencia del contacto, las caras se hacen presentes, las sonrisas son una reacción palpable. En la Sala de la Plaza del Pumarejo están en el público grandes artistas de la ciudad, Chiqui Calderón, Alfonso del Valle, La Chocolata de Jerez (que también actuó como artista invitada), Miguel Rivera (de “Maga”). Todos con la sensación de “ser parte” de algo. Roland Barthes dice que el fenómeno artístico es un hecho binario entre dos mentes parecidas, con un aire de familia. Quizás eso también explique la inmediata conexión con “Constelaciones”, el último trabajo de Lisandro o con “Mundo anfibio”, ese disco que parece estar diseñado para escuchar en el Guadalquivir, y que coincidió con una época compleja del compositor (ataques de pánico, introspección, cierta navegación obsesiva por el planeta interior), es casi otra dimensión del disco nuevo. Como si luego de ese viaje interior hubiera levantado la vista y adivinado el futuro.
La constelación familiar —Familienaufstellung en alemán, cuya traducción es «posición en la familia»— postula que las personas son capaces de percibir de forma inconsciente patrones y estructuras en las relaciones familiares y que estos quedan memorizados, sirviendo como esquemas afectivos y cognitivos que afectan a su conducta.
Hoy se respira viento sur
Ese que nace del frío
Horno de barro calienta el sol
De los lugares perdidos
De “Tu nombre y el mío”
El apellido Aristimuño es de Gipuzkoa, más precisamente de la ciudad de Beasain. En euskera: «harizti» significa robledal y «muino» colina. Aristimuño significa “colina con robles”. En Latinoamérica los vascos tienen fama de tercos (me refiero a los pocos que logran que no les digan “gallegos”). Siguiendo con los significados: “Terco” es quien mantiene sus ideas o actitudes con obstinación, que es difícil de dominar o de labrar. No se me ocurre mejor explicación para definir a un músico que no ha cedido un ápice de su independencia. Desde su primer disco “Azul turquesa”, pasando por “Ese asunto de la ventana” o “39 º”, Lisandro trabaja de forma independiente tanto cuando llena el Luna Park en Buenos Aires, como cuando tocó con Sting o en esta gira por España. Quiere la casualidad (o causalidad) que su concierto sea en el Pumarejo, el barrio que durante la crisis inventó una moneda social propia (“Los pumas”) y tiene uno de los mercados de truque que ayudó a muchas familias cuando nadie parecía querer ayudar.
Lisandro lleva la autogestión a su música y también a la de otros, haciendole de productor a artistas nuevos y otros de gran trayectoria como Fabiana Cantilo y Liliana Herrero, a través de servicio M.S.F.L (música sin fines de lucro), creado para difundir y dar a conocer mensualmente nuevas canciones “sólo por el placer de oír y ser escuchado”, y organizando una gira internacional con promotoras también independientes como “Deluxe Music”. Por su cantidad de seguidores ya tuvo ofertas de publicidades y grandes grupos, pero sus antecedentes vascos o la fuerza en los robles de sus apellidos lo han mantenido en esta línea (de referencia en los tiempos que corren). Quizás por eso “Vetusta Morla” avisó en su Twitter del inminente concierto que acaba de suceder.
Pedirle a mi corazón
Que no se detenga ahora
O acaso también se paga?
De “How long?”
Lisandro baja del escenario con una sonrisa. Un instante después, con la gente aún escuchando lo que acababa de suceder me mostró la punta de sus dedos. Tenía la piel “desilachada”. Pequeños hilos de epidermis levantada que no llegaban a sangrar. Como si hubiera cortado células que le sobraban. “Es por las cuerdas de mis niñas”, dijo refiriéndose a sus guitarras. Miré las doce cuerdas de la que más había usado. Era comprensible, habían sonado muchos acordes y notas, ecos y silencios, melodías y transiciones. Había escarbado con sus propios dedos hasta encontrar un puñado de canciones que, para conservar vivas, volvía a esconder entre esos hilos metálicos y esa pequeña caja de madera. Parecía aliviado en lugar de cansado. Un sincero abrazo con sus músicos, Martín Bruhn en batería (también lo vimos este año con Depedro) y Jacob Reguilón en bajo (que acompaña en estos días a Bebe). Estuvimos con ellos desde el hotel. El breve paseo por la calle vacía, la explicación durante de la baja tolerancia al ruido de una batería salvo si se trata de cientos de tambores cofrades, el ajuste de los monitores, la curiosa forma de ecualizar, la prueba de sonido cantando canciones enteras, o sea dando un concierto igual pero más breve para los que teníamos la suerte de estar allí preocupados por si el entusiasmo del percusionista iba a despertar a la policía de la siesta. En todo ese trayecto, cuando mejor vimos a Lisandro fue después del concierto, con la satisfacción del trabajo bien hecho. Daba la sensación que podría haber seguido cantando varias horas más (de hecho lo haría porque tenía un concierto en Barcelona, un día después). Al fin y al cabo, salvo lo que ocurre entre canción y canción, el resto del tiempo, debe tener otro ritmo, cotidiano, a veces igual de mágico…. Se llama vida, creo.
Nunca te traiciones. Sigue tu camino.
Mírate al espejo, donde nadie mira.
Date media vuelta antes del fracaso.
Aprieta los dientes. Cambia tu destino.
De “Elefantes”
Las canciones de Lisandro son postales, tienen un cuerpo propio, hay una sensación unánime que se les puede ver, que tiene color. Quizás porque es el nombre de su hija, uno termina asociando al músico con el color azul y con un aire levemente femenino. Firme, profundo, complejo, sutil.
El azul es uno de los colores primarios. Existen aproximadamente unas 110 tonalidades de éste. Es un color atemporal, razón por la cual, las personas se visten de azul en cualquier época y para asistir a todo tipo de eventos. El color azul simboliza todos los sentimientos que van más allá de la simple pasión y que permanecen en el tiempo.
Su música es moderna, con tintes electrónicos, con toques folclóricos, y en especial, en este último disco, con mucho rock. Se ven pequeños brillos en la noche, estrellas, constelaciones de artistas que siempre están allí. Charly García, Fito Páez, Gustavo Ceratti. Luces familiares que insinúan figuras en el cielo. Pero estas canciones logran algo particular, dan la sensación de no poder ser clasificadas. Sucede lo mismo cuando uno mira un cielo nocturno despejado. Si alguien a tu lado dice ver la imagen de un oso en trineo, no tardarás en unir los puntos adecuados. Si les digo que en “Constelaciones” hice un mapa que me llevó desde la Patagonia a Chile, como si Víctor Jara y Violeta Parra se hubieran juntado con Luis Alberto Spinetta para hacer una banda de rock, seguro lo sienten. Igual que al viento de fondo que parece venir desde la Antártida y explica el verano que no llega.
La música es un fenómeno difícil de explicar pero con la guía adecuada es posible descubrirle funciones nuevas cada día. Con las estrellas también sucede. Los mapas celestiales sirven para navegar, para explicar nuestro planeta y algunas personas afirman que para adivinar el futuro.
Luego del concierto supe que la gente que conociera su música iba a volver a escucharla. Que nacer en un entorno sensible, te hace receptivo y a la vez susceptible. Las estrellas son viejas fotografías de soles lejanos, son luces del pasado, del presente y quizás del futuro.
En Viedma, la capital de Río Negro al nordeste de la Patagonia argentina hubo una tremenda inundación en 1899, una ciudad sumergida, un “mundo anfibio”, un director de teatro y músico y una actriz son los padres de una chica que baila flamenco y de este “hombre música”, que se va a vivir a Buenos Aires, que hace un programa de radio (“Ese asunto suena raro”), que forma “Hermano Hormiga” junto a Raly Barrionuevo, que toca en un Festival de folclore emblemático como el de Cosquín y en el mismo año en el Valle del Guadalquivir. Todo sucede a la vez. Mientras la música suena y él sonríe mirando la punta de sus dedos cortadas por las cuerdas. No le duele. O si le duele, no le importa.
Joaquín DHoldan