El ser humano es analógico. Nuestro cuerpo, nuestras vidas, nuestros días, comienzan, se repiten y terminan. Somos ciclos continuos que pueden ser interrumpidos. El reloj, por ejemplo, es un dispositivo analógico para medir el tiempo, cíclico, contínuo. “Ana” (reiteración) y “Logos” (conocimiento). En la música, el objeto analógico más ilustrativo es el disco de vinilo. Nuestra tecnología nos abrió al mundo digital. Así tenemos dispositivos que contienen miles y miles de contenidos. Nuestros dedos pueden llegar a señales finitas pero muy extensas. En “la nube”, o en nuestras memorias artificiales, podemos contener infinidad de discos, artistas y músicos varios. Internet y su infinita fuente de propuestas musicales. Pero el ser humano es analógico. Algo, una señal, una casualidad, un reportaje de una revista, nos muestra una banda y logramos enfocar nuestro tiempo para sentirnos identificados con una canción, o un conjunto de canciones.
En una industria fragmentada y tan extensa como la que produce música hay un test infalible para que esa señal llegue a destino. Los conciertos en vivo. En el cuerpo a cuerpo, sin trabas, ni intermediarios, sin trucos de grabación, en directo, allí la música baja de la nube y logra formar parte de nuestra vida. Esto sucede con “La Big Rabia”. Quienes los han visto en vivo, descubren que esa banda múltiple, rica y compleja, es un dueto. Un batería, Iván Molina, y la voz y guitarra de Sebastián Orellana.
¿Cómo se conocieron?
Sebastián y un amigo muy querido Felipe Ruz tenían un grupo en Concepción en el sur de Chile, “Philipina Bitch”. Iván vivía en Valdivia que es una ciudad muy linda que está más al sur de Chile y había empezado con un amigo un sello que llama “Discos Tue- Tue” (es un pájaro mitológico de Chile). Ellos mandaron un disco y alucinaron. Gustó mucho y por mail contactamos. Iván consiguió equipo para masterizar en su casa. Viajaron para encontrarse. Ahí nos conocimos en persona. Un día de invierno, helado, como a las 7 de la mañana. “Philipina Bitch” solo existía para las grabaciones del disco, aún había que armarlos temas y presentarlos.
¿Qué formato tenían?
Era un dúo también, pero muy libre, conseguimos un programa muy antiguo, apretábamos “Rec” y era lo que salía, teníamos canciones de veinte segundos y otras de seis minutos. Era muy “free”, muy lindo, no había parámetros. Para presentarlo es que Iván se sumó a tocar batería. Ese proyecto mutó en “Philipina Bitch” y nosotros construimos “La Big Rabia”, pero Felipe siempre está presente de alguna u otra manera, él grabó los primeros discos, masterizó otro, o estaba en producción.
O sea que “La Big Rabia” nace en Chile.
Pero la idea se nos ocurrió aquí en España. En 2011 vinimos como músicos de apoyo con Fernando Milagro que es un cantante de allá, al “Primavera Sound”. Sebastián nunca había salido de Chile, ni a Argentina, tenía veinte años o veintiuno. Ahí vimos a P.J. Harvey, y otras bandas y nosotros nos rayamos, dijimos “tenemos que hacer una banda para tocar en este festival”. Y luego sucedió, en el 2013 tocamos como “Big Rabia”, eso había sido en 2011. Fue la motivación. Hablamos con un sello “AlgoRecords” de una banda que se llama “Perrosky” que son Alejandro y Álvaro Gómez, que graba cintas y le comentamos la idea y el “Perro” que es vocalista quedó fascinado y nos grabó y sacamos el disco llamado “La Bestia”, luego “Congo Zandor”, después vino “Leche y mierda”, después Pedro de Dios (Guadalupe Plata) produjo el homónimo “La Big Rabia” y ahora con “Happy Place records”, “Boda Negra”.
¿Cómo fue el salto hacia España?
Hemos venido como cinco veces, esta última fue la más larga. Después de aquellos dos “Primavera Sound”, nos enganchó el rollo de acá. En Chile hay muchísimos grupos, mucha sed de hacer cosas, muchos sellos independientes, pero es muy difícil, es una escena muy dura. Nosotros siempre hemos estado en el lado independiente de las cosas, nunca hemos estado en sellos grandes y hacemos todo muy a pulso. Llegó un momento que no sabíamos qué más hacer, dónde más tocar, no encontrábamos espacio. Encima lo que hacíamos nosotros…
Era muy difícil de catalogar.
Claro, pero en vez de verlo como algo nuevo era como que no cabíamos en el punk, ni en los grupos de música romántica, ni en ningún lado. Aquí empezamos a venir y pasó lo contrario, la gente flipaba con eso, con no poder catalogarnos. Era algo bueno, como a nosotros nos gustaba. Escribir variado, arriesgando y con un sello detrás que es como nos gusta hacer las cosas. Era como que allá no resultaba y aquí sí.
¿Por qué será? ¿Otra percepción de la distancia y la relación con el resto de Iberoamérica?
Puede ser, es como si estuviéramos apartados, pero además en Chile que es un país enorme, todo pasa en Santiago, la oportunidad de cualquiera que quiera vivir de esto y se hace pequeño, no hay tampoco tantos festivales, cada vez más pero todavía son pocos y a veces se deja a los artistas chilenos como lo último. Hay una escena de gente haciendo cosas increíbles con propuestas impresionantes pero no hay salida para toda esa gente. Muchas veces estando acá vemos la cantidad de cosas buenas que se hacen en Chile y la enorme calidad que hay. Pero pasa en Latinoamérica, “Motosierra”, “Hablan por la espalda”, está lleno de propuestas increíbles.
¿Probaron en otro país americano?
Fuimos a México y nos fue muy bien, la idea es volver por allí también. Una vez fuimos a Argentina y fue una odisea.
En cuanto a la fórmula de guitarra y batería: ¿Se han visto tentados en incorporar, por ejemplo, un bajo o un teclado?
Siempre tratamos que sea bien fiel a lo que somos en vivo, nos gusta meter arreglos en los discos pero tampoco saturarlos, podíamos meter ocho personas, cuerdas pero tratamos que se mantenga, es muy difícil hacerlo porque por mucho que yo esté haciendo el bajo en la guitarra, la gente no sabe que es la guitarra y piensa que hay un bajo, es difícil mostrar en el disco lo que somos realmente en vivo, la gente en vivo se da cuenta del rollo.
Eso lo había notado, es tanta la cantidad de arreglos que resuelven entre los dos que parece que son más.
Y somos abiertos en ese sentido, nos gusta el estudio pero somos conscientes de lo que somos y además vemos que si la canción se sostiene cuando la grabamos entre los dos es que funciona. En estudio cuando grabamos con Pedro tuvo mucho cuidado que se notara que éramos dos tocando, y después nadie creía tampoco. Por eso decíamos “no saquemos nada, no importa”, al fin y al cabo da igual.
¿Cómo graban?
Es un vivo. De un tirón los dos.
¿Conocen otras bandas con este formato, tipo “The White Stripes”?
“Los Perrosky” en Chile…
Yo conozco, en España “Escuchando Elefantes”.
Ah sí, también “Niña Coyote eta Chico Tornado”, un dúo súper potente y otro que nos gusta “Galleta Piluda” de Murcia, que es un teclado así onda muy antiguo y voz, y un baterista. Ahora tiene un percusionista también, buenísimo todo.
Para el momento de la industria musical parece oportuno.
(Risas) Para giras y eso, en un auto pequeño ya nos movemos, no hay que ir en furgonetas ni nada. Además el set de batería es super pequeño.
Eso también lo había observado. Porque se puede pensar que como son dos usan muchos instrumentos.
No tenemos afinador ni nada, un cable al ampli, ni efectos especiales ni nada. Ni una pedalera. Y la batería es un bombo, un timbal, una caja y un platillo, no tiene “charles”, ni tom, ni nada, es muy pequeñito. Tratamos de hacerlo con poco y así es que hemos obtenido arte y riqueza sonora, matices sin artificios. Estamos pendientes de los movimientos uno del otro y la dinámica que se crea.
¿Vienen de lugares muy distintos de la música?
Iván (Vaniv) tiene 50 años (risas) y Sebas (Puñete) cumple 29, podríamos ser padre e hijo (risas) pero viniendo de momentos distintos estamos en el punto justo. Es como si no pesaran las diferencias, al contrario, hacemos lo mismo. Iván tocó en los ochenta en un grupo de Chile importante que se llama “Emociones clandestinas” que tiene una canción muy famosa “Un nuevo baile”, que se considera un clásico del rock chileno,era el batería. En aquellos años había un “boom” del rock en Latinoamérica fines de los 70, 80, principios de los 90.
“Los prisioneros”, recuerdo.
“La ley” de Beto Cuevas, que ahora es solista.
¿Cómo fue el contacto con “Happy Place records”?
A Raíz del disco que produjo Pedro, quería editarlo acá y nos dijo que había un sello en Sevilla que le parecía el adecuado para la propuesta. Les gustamos y viajamos, con conocimos y ahí surgió la idea de un disco nuevo, la primer idea era reeditar el último disco pero nos parecía una oportunidad para hacer algo nuevo, nos motivamos y en dos semanas le dimos con todo. Nos encerramos a componer, ya acá, a tiempo completo.
¿Fue muy distinto componer en Sevilla?
Por la situación, sí, pero sólo en ese sentido. Pasó algo parecido en “Leche y mierda”, nos habíamos separado un tiempo, nos volvimos a juntar y armamos el disco en muy poco tiempo, incluso llegamos a canciones que grabamos sin saber para dónde iban, muy intuitivo. Nos gusta ese disco porque siento que es lo que estaba pasando, no sólo al grabar, sino en nuestra vida, está ahí todo, los recuerdos, los momentos, en las letras y la música. Con “La Big Rabia” también porque conectamos con esa forma de hacer música, además de cantar y hacer las canciones tocamos así también. Este disco también lo escuchamos ahora y somos nosotros, nos lleva a ese momento. Hay letras que suena a otra cosa pero nosotros sabemos de qué va y es muy catártico. Nos enorgullece que sea así, es todo muy honesto. Es música honesta, de verdad. Si alguien nos conoce ahí estamos, no hay ficción, hay amor o desamor, no tienen “postureo”, es muy directo todo.
Pero ¿cómo compone una canción? ¿Hacen todos los procesos juntos?
En general Sebas trae las canciones armadas con letras y todo. Pero como hemos ido tan deprisa Iván también escribió o daba ideas. En el último estábamos tan encima y queríamos grabar que Sebastián tenía mucha claridad. Era un momento mágico y con”Happy Place” diciendo “hagan lo que quieran”, es la situación ideal para componer.
Son consientes que podía pasar lo contrario. Alguno ante el “bueno, haz un disco”, se bloquearía.
Claro, pero fue super fluido. Tener una fecha nos gusta, nos pone más, nos centra. Más ganas de sacarlo. Y mientras grabábamos igual o mejor, estábamos aquí, era todo nuevo. Era como un sueño, del Sur de Chile a grabar en Europa en un chispazo. Y todo felices con los conciertos, no queríamos irnos, aunque sabíamos que íbamos a volver como de hecho sucedió.
Y ese retorno a Chile ¿Cómo fue?
Esos dos meses fueron horribles. A parar la olla, otra vez conciertos muy pequeños, que nos gustan, pero era volver a la supervivencia, muy extraño. Porque pensaba que iba a pasar otra cosa a la vuelta, si gente extraña a nosotros nos había considerado tanto… pero no, fue como si nada.
Conozco esa sensación. Al escritor argentino Rodrigo Fresán (que para mí es de los mejores del mundo) también lo escuché hablar de eso, vive en Barcelona y dice que está como en medio de dos lugares quizás eso le impide tener un reconocimiento más acorde a su calidad, algo así…
Parecía que nadie sabía que nos habíamos ido. Cuando estábamos allá los amigos eran los que nos grababan, teníamos suerte en ese sentido. Pero es como si fuera más fácil que te reconozcan de lejos. Hay muchos buenos, pero es como si dijéramos “arréglatelas tu solo”. Ahora mismo hay un artista que es muy conocido que se va a EEUU y la noticia que ves es “por primera vez se va a EEUU” y no hablan de la música, ¿por qué no hablan de su música y si de que se va a USA?
Es un eco de la llamada “Maldición de Malinche”.
Pasó lo mismo con el cine. “Una mujer maravillosa” tuvo que ganar fuera para mostrar nuestro cine y la actriz en los Grammy salió con su pasaporte para denunciar que era ilegal cambiarse de sexo y tuvo que ganar un Oscar para que la sociedad dijera “esto debe cambiar”.
¿En qué momento están ahora?
El 24 de agosto tocamos en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, con Pájaro y “Guadalupe Plata”, y tocando acá y allá, todo lo que podamos. Sentimos que el camino fue genial y nos llevó a un punto ideal para seguir porque tenemos mucho por hacer. Tenemos un espacio en la escena, nos sentimos afincados, pero tenemos que seguir.
¿Te quedó resto de las composiciones del disco anterior?
Es algo natural, siempre componemos, no es porque tengamos un disco a la vista en realidad. Pero creemos que el próximo disco quizás tenga menos boleros, tratamos de no encasillarnos en estilos.
No encasillarse es el sello de “La Big Rabia”, pero hay un sonido particular.
Nos gusta explorar pero claro, somos nosotros. Y siento que nos diferencia, ni en Chile existe un dúo de boleros con guitarra eléctrica y batería, si allá somos raros, imagínate.
Nos quedó pendiente hablar de los orígenes musicales de Sebastián.
Tiene que ver con lo que decíamos ahora porque el bolero estaba presente siempre. En casa de mi abuela era lo que se escuchaba. El bolero era la música de mi abuela. Pero después, más grande, iba un guitarrista amigo de la familia a tocar en las fiestas, tocaba boleros, de esos músicos antiguos que ya no se ven, que tocan todo, tango, bolero, un señor, y la familia dijo “Como el Sebita toca la guitarra que acompañe al señor”, y ahí aprendí mucho, a tocar bolero, los cambios de acorde, el rollo de cómo acompañarte tu mismo.
Es complejo
Muy complejo. Yo tenía la técnica del “fingerpiking” por el rockabilly.
(Nota del autor: “Se trata de una técnica para tocar en solitario, tocando a la vez ritmo y melodía, de la misma forma que se solía hacer con el piano. El guitarrista no rasguea los acordes, sino que los descompone «coordinando los movimientos simultáneos de su pulgar (que toca las cuerdas graves de forma alterna) y de su índice, de su dedo corazón o, incluso, de su anular, que toca al mismo tiempo las notas en las cuerdas agudas del instrumento». A esta forma de tocar también se le denominó ragtime guitar, por inspirarse en el estilo de los pianistas de ragtime.”)
Esta técnica se aplicó naturalmente al bolero. En bolero no se llama así, es como se toca y listo. Me di cuenta porque una tía me dijo “que bonita la última canción que sacaste”, era en “Congo Zandor”, “Tus ojos negros”, y dije “si le gusta a mi tía algo pasa aquí” y me metí de lleno. Como me gustaba Sandro, Cecilia, esa canción Latinoamericana llena de dolor, y como soy super deprimido ahí me enganché (risas).
Siempre está la historia de cada uno ahí adentro.
Nos pasó eso con el bolero, era la canción que nos me emocionaba, nos llegaba un montón. A Iván le encanta Nick Cave también y todo entró muy naturalmente. Para nosotros Nick es un maestro.
Iván tiene una forma muy especial de tocar.
Claro, suena muy distinto a lo que se conoce. Es un baterista que nunca toca igual, siempre mete algo distinto, no es sólo ritmo, hace otras cosas, con “La Big Rabia” funciona super bien, llena unos espacios que la guitarra es imposible que ocupe, por eso suena tan completo y parece que somos cinco músicos. Aquí se nos han acercado muchos luego de los conciertos por el tema del bajo, piensan que hay un “loop” o que tiro el bajo por otro lado.
Un bajista escondido en el “backstage”
(Risas) Se quedan mirando. Además el Iván toca de forma extraña, hace unos años tenía un sillín de batería roto y quedó a tope abajo y se acostumbró a tocar hundido en la batería, que además es chica como te contamos. Las patas del timbal le sobresalen del aro (risas). Es peculiar. La postura afecta pero luego toco alto, lo que funciona está bien. No está su set de batería. El otro día tocamos en un sitio con muy mala acústica y todos vinieron a decirnos lo bien que sonamos. Por eso, es que nos escuchamos mucho entre nosotros. Amplificamos para escucharnos bien y poder dar buenos graves, que en los boleros son importantes, para dar ambientes. La voz siempre a tope, para interpretarlas. Es difícil cantar grave y fuerte. Tocamos muy fuerte. A veces bajamos muchísimo para dar atmósfera.
¿Extrañan Chile?
La familia sobre todo. Es un tema que día a día se sufre muchísimo. Pero la esperanza está puesta en los logros. Tenemos una visión positiva de lo que está pasando y lo que viene. En poco tiempo han pasado cosas muy buenas. La idea principal es que la gente nos escuche. Ya empezaremos con el otro álbum que tenemos en el contrato, a componer y eso. Hacerlo, sacarlo y tocar y tocar. También somos banda del disco nuevo de Chencho Fernández, Sebas está invitado al disco de “Guadalupe Plata”, están saliendo cosas que en Chile no hubieran ocurrido. Confiamos en lo que viene. Lo que nos tiene con más esperanza es que cada vez que tocamos se generan muchos fans. Los que nos ven, nos siguen, flipan muchísimo.
En ese sentido la música ha cambiado, se ha revalorizado el directo.
La gente nos sigue por las tocatas. Eso nunca nos había pasado. La gente que nos ve nos quiere volver a ver. Se hicieron camisetas, botellas de vino… imagínate… fans de verdad. Seguidores reales.
Ver a “La Big Rabia” en vivo es contagiarse de forma inevitable. Basta una vez y queremos volver a escucharnos. Nos hacen viajar por una variedad de sentimientos compleja y simple a la vez. Tal y como son sus instrumentos. Una voz que refleja sin artificios lo que la banda es.
En un mundo digital, con una oferta enorme, inabarcable, “La Big Rabia” logra en un rato, con una canción tras otra, tocando una guitarra y una batería, que sus canciones se hagan inolvidables. Nos recuerda el motivo por el que escuchamos la música. Porque nuestro tiempo, nuestra vida, nuestros cuerpos, empiezan y terminan. Lo que de verdad importa es lo que sucede mientras estamos presentes.
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