Viernes 11 – De abogadas y perros, poverty-porn y humanismo circense.
In Bed With Victoria (Justine Triet, 2016, Las Nuevas Olas). Viendo “Victoria”, título original de In Bed With Victoria, me hacía, incesantemente, la misma pregunta: ¿Por qué tenemos que aguantar, semana tras semana, comedietas francesas empalagosas y cursis, destinadas a la tercera edad (de mente y de edad), y otras tan atractivas, jóvenes y clásicas a la vez, no encuentran hueco en la cartelera? Sea como fuere, esperemos que este fenómeno de la naturaleza llamado “Victoria” llegue a estrenarse para que todos podamos disfrutar de una maravillosa Virginie Efira, dando vida a una abogada con bastantes puntos en común con la protagonista de Toni Erdmann: una madre soltera incapacitada para las emociones debido a un trabajo exigente, una mujer que busca el afecto en citas esporádicas, incapaz de atender a sus dos hijas, cada una de ellas agarrada a un iPad, y que su psicólogo, a duras penas, llega a entenderla. Añadamos a la intriga un perro y un mono como cruciales testigos de un (presunto) apuñalamiento y tendremos lista una screwball comedy a la antigua usanza, con sus diálogos afilados, sus dobles sentidos y, por supuesto, su final feliz. In Bed With Victoria no va a pasar a la historia del cine, pero tampoco lo pretende. Simplemente, intenta dar voz a las mujeres con cuarenta años cuya visibilidad dentro del cine está en vías de extinción, y lo hace con una voz sincera y con experiencia, sin remilgos ni falsas moralinas o sensibilidades. Encantadora.
Godless (Ralitza Petrova, 2016, Sección Oficial). La flamante, por decir algo, ganadora del Leopardo de Oro de Locarno 2016 es, de nuevo, una muestra del subgénero “En Europa del Este las pasamos putas”. Tremendamente efectista, con trucos de aficionado para generar tensión e incomodidad (montaje errático y abrupto, desenfoques sin ton ni son), la película de Ralitza Petrova agota por acumulación impostada de situaciones grotescas y desagradables (orgías menos apetecibles que un paseo por un barrio marginal a las tres de la madrugada, adicciones varias, sexo forzado, abusos de menores y de viejos…). Godless tiene su público pero que conmigo no cuenten. Poverty porn sin excusas. Prefiero darme un golpe en el dedo meñique del pie contra una mesa antes que volver a ver este tratado de la miserabilidad sin esperanza alguna.
Mister Universo (Tizza Covi, Rainer Frimmel, 2016). Mister Universo es un cálido y tierno acercamiento a un género que debería prodigarse más, sobre todo en épocas de falsas emociones e impostadas miradas: el documental ficcionado: esto es, cogemos a actores no profesionales, dejamos que hagan de ellos mismos y los embarcamos en una viaje con el que puedan crecer, ellos como personas y nosotros como espectadores. En Mister Universo accedemos al patético universo del domador Tairo Caroli, trabajador de un circo en horas bajas, con las fieras muriendo poco a poco por viejas, desencantado, en general, de la vida. En medio de esta vorágine de apatía, pierde un querido amuleto que le regalara el Mister Universo Arthur Robin cuando era pequeño: un hierro doblado por éste. Es cuando decide, entonces, embarcarse en un viaje familiar para reencontrarse con sus recuerdos, para intentar dar con aquel hercúleo hombre de raza negra que hizo posible, amuleto mediante, que nuestro protagonista fuese un hombre de provecho. Con un equipo técnico de solo dos personas (quienes firman la película) Mister Universo es una profunda reflexión sobre los mecanismos del recuerdo, una road movie que le sirve a Tairo para volver a tener contacto con su familia y así construir un nuevo futuro. Una preciosa película, necesaria en estos tiempos cínicos que corren, que respira verdad por todos sus poros. Además, rodada en 35mm y dedicada a todos aquellos que han perdido su puesto de trabajo por la llegada del cine digital. Reivindicación de la artesanía, de lo pequeño. Una joya en miniatura.