Coke, «Quiero hacer Sevilla F.C.: el Musical»

Texto: Pepe Lobo // Fotos: Miguel Jiménez

El fútbol (como la droga) está conceptuado, socialmente, muy mal. Pero el fútbol (como la droga) es la auténtica salud; el bienestar; la alegría. En Maasåi Magazine, con el arrollador afán en la difusión de la cultura y el pensamiento crítico que nos caracteriza, decidimos aportar luz para marginar de una vez la visión maniquea […]

Coke

El fútbol (como la droga) está conceptuado, socialmente, muy mal. Pero el fútbol (como la droga) es la auténtica salud; el bienestar; la alegría. En Maasåi Magazine, con el arrollador afán en la difusión de la cultura y el pensamiento crítico que nos caracteriza, decidimos aportar luz para marginar de una vez la visión maniquea de que el fútbol es cosa de putos gañanes. Para este noble propósito, nos citamos con don Jorge Andújar Moreno, alias “Coke”, en la librería “Un Gato en Bicicleta”. Defensa del Sevilla Fútbol Club, campeón de la Europa League la temporada pasada, actual capitán del equipo tras la marcha de Federico Fazio, actor aficionado y buen conocedor del ambiente “cultureta” de la ciudad, era el hombre idóneo para nuestro propósito. Como soy el único señor de este antro que sabe explicar la regla del fuera de juego incluso haciendo hincapié en que este no existe en el saque de banda ni el de meta, me invitaron a asistir a la reunión y, de paso, me ha tocado transcribirla. Ole ahí. Al menos, me dieron botellines para la tarea. Que Dios nos asista.

Naciste en el sur de Madrid.

Sí, en Villaverde, un barrio humilde, digamos que está a medio camino entre Vallecas y Getafe. Más tarde, cuando se separaron mis padres, nos mudamos a Getafe. Con nueve años entro en la cantera del Rayo Vallecano, en el alevín B. A pesar de tener enfrente a Madrid y Atlético, siempre tuvimos una cantera potente. Mira, la ciudad deportiva actual del Rayo no se inaugura hasta mi último año allí. Recuerdo haber entrenado en dos y hasta tres campos diferentes por semana. Siempre de prestado y siempre en campos de tierra. Hasta juveniles yo viví lo que es “el fútbol”: rodillas y codos desollados en cada caída o cada entrada, entrenar con barro, sin luz artificial. Cuando nos tocaba jugar contra los chavales de Madrid o Atlético, recuerdo que llegaban mirándonos por encima del hombro. “Buah, estos del Rayo…” Al verlos tan peripuestos, siempre pensaba, “pues sólo has visto el campo, espérate a ver las duchas. Y espera, que lo mismo tenéis agua caliente”. Pues con todas estas diferencias, no era raro que les ganásemos. Creo que la única espinita de aquellos años fue no haber jugado nunca un campeonato de esos de fútbol 7 que echan en Navidad por la tele. El Rayo estaba en Segunda, se tiró en cabeza casi todo el año y al final no subió. Sólo iban los equipos alevines o infantiles de equipos de Primera, así que, nada, nos tocó jodernos (risas).

¿Cómo reacciona tu familia cuando ve que entras en la cantera de un equipo profesional?

Siempre me apoyaron, con la condición de que fuera sacando los estudios adelante. Nunca he sido un estudiante modelo, aunque pienso que, más que por el tiempo que me quitaba el fútbol, por lo dejado que he sido siempre. Sacaba mi cinco o mi seis, y ya. Al fútbol, al principio me llevaba mi madre. Después, cuando entro en el Rayo, mi padre, que es taxista, puso a un empleado en su taxi para tener las tardes libres, de cinco de la tarde a doce de la noche. Mi padre me recogía del colegio con el coche de mi abuelo, y a entrenar. Iba siempre con tan poco tiempo que me solía cambiar en el asiento de atrás. El Rayo no podía permitirse desplazar a los chavales a los entrenamientos, así que puede decirse que tuve suerte de que mi padre me pudiera llevar. Si no, un niño de nueve años, de Villaverde a Vallecas tres veces por semana, volviendo a casa a veces a las 10 de la noche… Habría sido imposible.

Más adelante, en juveniles, cuando entré en 2º de Bachillerato, estuve a punto de dejar los estudios. Hasta se lo dije a mi madre. Faltaba mucho a clase, no tenía tiempo para nada, los entrenamientos ya iban en serio, las clases me costaban cada vez más… Pero entre mi madre y, sobre todo, un profesor del instituto que se ofreció a cambiar sus horarios y darme clases de apoyo, conseguí sacar el curso. Ahí sí que tuve suerte de verdad, de que mi familia se volcara conmigo, como mi hermano, siete años mayor que yo, que para mí es un referente en todo, se puso a ayudarme con clases de matemáticas. Pude sacar el curso, la Selectividad y meterme en Periodismo. No porque me gustara, yo prefería Publicidad y Relaciones Públicas, pero con mi expediente de cincos y seis, no me dio la nota. La carrera sí acabé dejándola, pero al menos es algo que tengo ahí, aparcado, pero ahí está.

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Tengo un montón de conocidos, amigos de aquella época, que dejaron los estudios. A ver, estás en juveniles, de un equipo que está en Primera o Segunda División, ves que juegas, tienes un sitio en el equipo, con cualidades, que te pueden promocionar, y es muy fácil que se te caliente la cabeza y dejes los estudios. Después, la mala suerte, una lesión o, simplemente, no haber estado como debías estar en el partido adecuado, y todo a la mierda. Es muy difícil. Miles de factores para no llegar y ver que has tirado dos años a la basura. Por ejemplo, un amigo del barrio dejó el instituto el mismo año que yo estuve a punto de dejar 2º de Bachillerato. Entró en no sé qué historia de ascensores, ganando más de 1.500 euros, lo que, para esa edad, es una pasta. Dos o tres años después me lo volví a encontrar y me dijo que se arrepiente de aquel puto día cada mañana.

Y llegas al primer equipo del Rayo con 18 años.

Sí, con Míchel de entrenador. Ya había entrenado con el primer equipo cuando estaba Carlos Orúe. Qué personaje. De esos que ya no quedan en el fútbol. El típico que si llegabas tarde a un balón, si no hacías lo que él decía, te llamaba de todo con su voz aguardentosa. Pero sí, fue con Míchel con quien llego al primer equipo. Me llevó a la pretemporada y después de eso, firmé un contrato profesional. El Rayo estaba tieso y había que tirar de cantera, a Míchel no le pareció mal el grupo que subimos, y ya me asenté. Debuté en la segunda jornada de aquel año y jugué muchísimos partidos. Estuve tres años en 2ªB y otros tres en 2ª, hasta que el último año ascendimos. El día del ascenso fue un pasote. Contra el Xerez, en 2011, faltando dos o tres jornadas. Me pasé, sin exagerar, el 60% del partido llorando. No con las lágrimas saltadas, no. Llorando a moco tendido. Después del calentamiento, en el vestuario, nos pusieron un vídeo de motivación, hecho con ánimos que nos daban nuestras familias. Ahí más o menos me empezó la llantina. Fui el capitán, Míchel, que era el primer capitán, estaba sancionado. Cuando salimos al campo, emocionadísimo, viene a saludarme Mendoza, el capitán del Xerez, me desea suerte, y yo, “muchas gracias”, con un hilito de voz, sin poder hablar porque me echaba a llorar otra vez. Los primeros cinco minutos, buscaba a mi familia en la grada, cuando los vi, vuelta a llorar. Con el 2-0, llorando otra vez, con el 3-0, más de lo mismo. Ya casi al final del partido, en un córner en el área del Xerez, viene Mendoza a cubrirme, me ve, y me suelta “¿pero otra vez estás llorando? Chiquillo, ¿pero qué te ha pasado? Qué semanita más mala habrás pasado”.

Y es que aquel año, en lo personal, fue muy malo para nosotros. Pero malo de cojones. Muy desquiciante. No cobrábamos o lo hacíamos cuando Dios quería. Mira, yo era de los más jóvenes, siempre había vivido en mi casa y no tenía problemas. Sí, me había comprado una casa, pagaba hipoteca, pero no pasaba ningún agobio. Pero otros compañeros estaban bien jodidos. Hipoteca en su ciudad, alquiler en Madrid, mujer, hijos, colegios. Y claro, hubo gente que, a final de temporada, dijo hasta aquí llegamos, que se querían ir porque no aguantaban más. Al final fuimos cobrando, por semanas, a cuentagotas y gracias a que la cosa, deportivamente, iba saliendo, íbamos dando la cara donde había que darla. Pero los entrenamientos… Joder, cómo era aquello. No recuerdo un solo día de aquella temporada que llegáramos, desayunásemos y a entrenar. Ni uno. Solían citarnos a las 10.30, pues hasta las 12 no salíamos al campo a entrenar. Hora y media diaria de discusiones, reuniones, asambleas, jaleos, informaciones contradictorias por parte del club, los Ruiz Mateos que no aparecían por ningún lado. Así todos los días durante mis últimos tres, cuatro meses allí. En el Rayo nos pagaban en sobres. Ni transferencias ni pollas: sobre en mano. Y ya te digo, por semanas, no por meses. Una vez, cuando el Rayo estaba mejor, en Europa, con Juande Ramos y tal, llegaron a robar una o dos veces en las oficinas. Dos o tres jugadores allí cobrando su cheque de los Ruiz Mateos, y llegan cuatro tíos con la metralleta, “venga, la pasta”.

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Encima, cuando se consiguió el ascenso, todavía no era seguro que el ascenso fuera efectivo. Como había impagos, con que un jugador denunciara, descenderían administrativamente al Rayo a 2ªB. Los Ruiz Mateos seguían en paradero desconocido y, en teoría, había un nuevo presidente que, digamos, “incumplió sus promesas”. En fin, en privado sabe perfectamente qué pienso de él: dijo que no iba a meter al Rayo en ley concursal, al final lo acabó metiendo y conmigo se portó muy mal. Dijo que yo había denunciado al Rayo para irme; y podía haberlo hecho. No cobrábamos y, yéndome gratis, eso repercutiría en mi contrato con el Sevilla positivamente. En lugar de eso, preferí irme bien y ayudar en algo al club. Es que, joder, estuve desde los 9 hasta los 24 años, toda mi vida en el Rayo Vallecano y, aunque fuera poco, algo quería ayudarlo.

(Interrumpe la conversación el estruendo de los cohetes de las carretas que vuelven del Rocío. Anda que nos hemos dado mucha prisa en subir la entrevista)

¿Otra vez lo del Rocío? ¿Pero eso qué significa, que se van otra vez? Ah, que vienen de vuelta. ¿Y la vuelven a liar? Está bien eso (risas). El año pasado, recuerdo que me cogió el jaleo este del Rocío renovando el DNI en Los Remedios. Una ristra de carrozas de esas por todas partes. Ya sabía que iban con las carrocillas, pero lo que no sabía era que también volvían festejando. Del primer año que estuve en Sevilla recuerdo que fui a la Semana Santa. No me gusta nada. Porque no soy creyente y porque no soporto las aglomeraciones. La Feria me gusta más, sobre todo una vez que estoy allí, porque voy con los compañeros o gente que conozco. Pero me da mucha pereza todo lo que rodea a la feria: la entrada, los atascos, en mi caso, que me para mucha gente. Que yo, encantado. Pero son muchas incomodidades. Hace mucho calor y no me gusta estar tanto tiempo escuchando sevillanas, me pone nervioso (risas). Si lo miro desde el punto de vista de alguien que no lo conozcan, porque a mí siempre alguien me conoce y me deja entrar, pero alguien no conocido, mi hermano o mi madre, no pueden entrar en ningún lado a tomarse nada. Na, pero se pasa muy bien y es grande para aburrir, impresionante. He estado tres o cuatro veces en la de Albacete y esa lo parte, macho. Además tengo la suerte de que, como es en septiembre, nos suele coger un parón del calendario por partidos de la Selección. La de Córdoba, que ahora no me acuerdo cuándo cae, también me gustó mucho.

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¿Tal vez este rechazo a lo tradicional fue lo que te llevó a entrar en tu grupo de teatro?

A ver, no es rechazo. Ya te digo, la ciudad me gusta. Al principio de vivir en Sevilla conocía sólo una parte de la ciudad, que está muy bien, pero buscaba algo más. No tuve problemas para adaptarme gracias a Álvaro (Negredo), que fue vecino mío casi desde el primer día. Ya lo conocía del Rayo, aunque con él jugué poco porque es dos años mayor que yo y se fue al Castilla casi al mismo tiempo que yo llegaba al primer equipo. Pero tenía ganas de hacer cosas diferentes. Ya digo, no estaba mal, salía con los compañeros o mi pareja, tomaba una copa y ya después qué haces. No encontraba formas de evadirme de lo de siempre. La verdad es que la historia esta del teatro ha supuesto un cambio brutal en mi calidad de vida en Sevilla. Y empezó una tarde en que, hablando esto mismo con mi ex pareja, que deberíamos mirar cosas nuevas, pusimos en internet “cosas diferentes que hacer en Sevilla” y por ahí salió “El Gato en Bicicleta”. Cuatro veces tuvimos que venir. Las tres primeras, cerrado. Y no creas que veníamos a deshoras. Días normales de martes a las seis de la tarde o a las doce de la mañana. El típico horario comercial lógico de, aquí, la Portera de la calle Regina (señala a Jesús Barrera, propietario de la librería). Ya por fin, la cuarta vez que vinimos, hablamos con Jesús, vimos un anuncio de un curso de iniciación al teatro y nos informamos. Me dio el teléfono de Sergio Rodríguez y tuve que llamarlo unas cien veces. Le dejé un mensaje en el móvil y pensó muy mal de mí (risas). Cuando se enteró de que era futbolista pensaría, este viene aquí a echar el rato, a pasar de todo y la novia, tres cuartos de lo mismo, para acompañarlo y no aburrirse. Ya creo que medio se arrepiente. El teatro me encanta, no sólo por la actividad en sí, sino también por la gente, un grupo muy majo que tenemos formado. Encuentras un ambiente nuevo que no conocías. Tengo la impresión de que Sevilla puede dividirse perfectamente en dos mitades en las que encuentras cosas muy diferentes. De las Setas para allá, y de las Setas para acá. Calle Regina, Alameda; el rollo que hay en esta parte me ha gustado mucho más. Mi imagen de Sevilla es que era una ciudad muy clásica, que se notaba en las costumbres y hasta en la manera de vestir de la gente. En esta parte de la ciudad lo veo todo más relajado, de un rollo que me tira más. Ya me pasaba en Madrid y me ha pasado aquí.

En el grupo, lo que solemos hacer son improvisaciones, ejercicios de relajación, actividades de desarrollo de confianza en los compañeros, que son cosas que me parecen muy positivas. Y hacer amigos, claro. Ensayamos lo que le da la gana al director. Date cuenta que no pasa de ser un grupo de aficionados, montar una obra requiere mucho esfuerzo, tiempo y compromiso; así que nos conformamos con ensayar textos, algunas veces continuados, e improvisaciones, que es lo que más me gusta. Yo quiero hacer un musical. Sevilla Fútbol Club: el Musical. Me encantaría llevarme a todo el vestuario al grupo. Lo difícil sería hacerse con muchos personajes que hay en ese vestuario (risas). Al único que pude traerme una vez al taller fue a Juan Cala.

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Hablando del vestuario, llegas a él en 2011.

Sí, después del ascenso del Rayo. Mi representante me notifica la oferta del Sevilla cuando ya está todo casi cerrado. Supongo que contactaría con él Monchi o Víctor Orta. Había interés de varios equipos, Valencia, Sevilla… Cuando me comenta la posibilidad de venir, no lo dudé. El primer año fue difícil, casi desde el principio. Debuté en Hannover, en un partido de Europa League. Esa fue jodida. Hay que tener mala suerte para que te toque un equipo alemán en la primera eliminatoria, un equipo que era fuerte, creo que llegaron hasta cuartos o semifinales y allí los eliminó el Atleti, que después fue campeón. En Liga, el equipo no estuvo bien. Yo tampoco, claro. Las cosas empezaron a torcerse casi desde el principio hasta que, en el partido contra el Villarreal en casa, echan al entrenador, Marcelino. El equipo no estaba al nivel y por circunstancias tampoco puedes estar siempre entre los seis primeros. Empecé en una etapa jodida, era la transición de un equipo que lo ganaba casi todo y la gente se acostumbra rápido a lo bueno. Seis títulos en muy poco tiempo y, de pronto, las cosas no funcionaban o no funcionaban tan bien.

Tras él, llega Míchel y, aunque al principio jugabas y era un entrenador que te conocía de tu etapa en el Rayo, la temporada siguiente pierdes el sitio y estás a punto de irte.

Sí, sí. Que me iba, vamos. No había jugado ni un minuto y tampoco tenía esperanzas. Entendía que jugase Cicinho, estaba mucho mejor que yo, pero después fue bajando el nivel, lo que era en cierta medida lógico porque había empezado muy fuerte, y ni aun así jugaba ni llegaba una oportunidad. En esas circunstancias, si llega una oferta, aunque sea cedido, estás dispuesto a aceptarla. Yo quería jugar al fútbol y tenía pensado irme a Inglaterra. Aunque sólo fuera medio año, económicamente no hay comparación entre España e Inglaterra y ya lo tenía todo más o menos claro para irme. Hasta que al final me pusieron en un partido de Copa, contra el Español, jugué tres partidos seguidos y llegó Emery, que me dio confianza, y hasta hoy.

En momentos así, que no juegas o lo haces poco, o no estás como te gustaría, no estoy cómodo, pero las críticas no es que me importen, es que ni las leo. No leo nada de nada de la prensa deportiva. Ni fichajes ni crónicas. Soy capaz de llegar el primer día de pretemporada y ver un cuidador del césped que no conozco y pasarle el balón porque creo que es un compañero nuevo. Claro, siempre te enteras de algo, por un amigo que te manda algo por whatsapp, “mira lo que dice este hijo de puta, que te pone un uno y diste un partidazo” (risas). Pero no me gusta leer nada porque algunos se ceban, y para cabrearme y perder la compostura, prefiero no pasar más allá de los titulares.

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El primer medio año de Emery no fue brillante, pero al siguiente, campeones de Europa.

Lo de Unai es brutal. Es un tío que yo creo… No, creo, no; es así: vive las 24 horas del día pensando en fútbol. Es obsesivo. Nos pone vídeos de cada rival la semana antes de enfrentarnos a ellos. Las sesiones de vídeo, en teoría, son de un cuarto de hora. Pues al final se van a los tres cuartos o la hora de la cantidad de explicaciones, croquis, flechas sobre impresionadas en la pantalla. Verte un partido tantas veces, seleccionar los cortes, editarlos, tiene un trabajo muy importante. Apoyarse en este tipo de trabajo tiene mucho valor, sales al campo con una idea muy clara del rival que tienes enfrente, a pesar de que en algunos momentos pueda parecer aburrido desde fuera. Por ejemplo, una vez, invité a Leiva, el de Pereza, que estaba aquí en Sevilla, a un entrenamiento. Aquel día Unai lo dedicó a táctica, un entrenamiento para corregir posiciones. Ni tocar balón ni leches. Yo estaba que me quería morir pensando en este, que ha venido para tragarse una sesión de hora y media de ver a tíos poniéndose en línea, saliendo, apoyándose y un tío en medio dando voces (risas). Al final, le pedí disculpas y el pobre Leiva, mirando al suelo, “no, no, tío; ha sido muy interesante”.

Y si Unai es así, sus ayudantes no se quedan atrás. Casi peores que él. ¿Recuerdas la escenificación del gol de M’Bia en la celebración de la UEFA? Idea de Juan Carlos Carcedo, su segundo. Nos cogió uno por uno, muy serio, me mandó a mí a la banda, a Fede (Fazio) para que la prolongase y a M’Bia al primer palo a hacer como que remataba. “Venga, vamos a hacer esto que a la gente le va a gustar” (lo imita).

¿Fue Emery quien te llamó para tirar penaltis tanto en la tanda de la eliminatoria contra el Betis como en la tanda de la final de la UEFA o lo pediste tú?

Lo pedí yo. Fíjate, no tiraba un penalti desde un trofeo Teresa Rivero, contra el Valladolid. Desde entonces, nada. Ni un penalti como profesional. En cadetes, mi entrenador de entonces me designó como lanzador de penaltis, pues de siete fallé tres, y tres importantes. Uno de ellos, por cierto, creo que me lo paró Adán, el portero del Betis, que entonces jugaba en la cantera del Madrid. El día de la eliminatoria contra el Betis, veo al míster buscando con la mirada y le grito “¡Míster! ¡Que yo tiro, eh!”, me vio tan convencido que dijo, sí, sí; tú tiras. Y me tiré después cinco minutos dando vueltas y pensando “para qué has dicho nada… Andújar, que te la has jugado”. Pasó una eternidad desde que lo dije hasta que me tocó. Además, con los penaltis tengo una psicosis que me ha transmitido mi cuñada, que me dice que siempre que ni se me ocurra tirar penaltis, que se ponen muy nerviosos en casa y siempre los fallo. Dando vueltas por el centro del campo del Betis, de los nervios y pensando en mi cuñada. Los derbis me gustan, me gusta jugarlos. Si perdemos aquella eliminatoria más injusto no podía ser. En casa jugamos mucho mejor que ellos, y en la vuelta, quitando el final, que ya íbamos 0-2, no hicieron nada.

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Desde luego, si te animaste a tirar a pesar de lo que decía tu cuñada, muy supersticioso no serás.

Tengo mis manías. En los escalafones inferiores del Rayo nos pusieron un psicólogo que nos dijo que eran útiles si sabías manejarlas. Usarlas como un ritual para ir metiéndote poco a poco en faena. Por ejemplo, siempre empiezo a vestirme por la pierna izquierda. Me pongo la espinillera, la fijo, me pongo la media, la bota y, después, el mismo orden para la pierna derecha. Son tonterías, como entrar en el campo dando tres saltos con el pie izquierdo. Pero bueno, si se me olvida, tampoco pasa nada.

Por Pep Llop // Fotos: Miguel Jiménez

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